¡ MÁS MADERA !

Decía Aristóteles que “para que nadie pueda abusar  del poder, hace falta que, por disposición de las cosas, el poder detenga al poder”.  Dos mil años después el filósofo y jurista francés Montesquieu en su obra “El espíritu de las leyes”   desarrollo una teoría similar al hablar de la separación de poderes en los estados modernos.

Durante siglos así ha ocurrido hasta que la malvada inteligencia de los dirigentes políticos, jueces y legisladores decidieron pervertir ese principio dejando que en teoría se aparentase la independencia de cada una de estas instituciones aunque en la práctica la hacían imposible porque el hambre absolutista de los gobernantes convierte a los legisladores en una correa de transmisión de la voluntad del gobierno y al colegio judicial en otro poder también sometido.

No estoy descubriendo nada que no sepan quienes me leen porque ya se han encargado los actores políticos de hacerlo patente al proclamar que “Montesquieu ha muerto”, y al exhibir sin un ápice de vergüenza ni señal de rubor el poder absolutista de los gobiernos, sustentados por partidos políticos que  eligen en listas cerradas a los  candidatos que irán al parlamento e intervienen en la elección de los jueces  que gobernarán los máximos órganos de su institución.

Los partidos políticos silencian la casi inexistente oposición interna al líder de turno, que basa su legitimidad en los apoyos que circunstancialmente consiguen de sus bases, incluso cuando cometen excesos o incumplen sus propias reglas éticas: basta con someter a referéndum de las bases una tropelía cometida por el líder para legitimar ese exceso.

La frase “el que se mueve no sale en la foto” es la advertencia clara que define la obediencia perruna que aceptan los nuevos padres de la patria cuando militan en un partido y ahí está el primer paso para anular la independencia del parlamento en relación al ejecutivo.

El poder judicial actúa con autonomía  – y no siempre – cuando se trata de juzgar al traficante, al maltratador, al ladrón, al asesino, al roba gallinas o al borracho que conduce un coche, pero si el justiciable es un político de alto nivel, como es el caso de los condenados por sedición en el intento de golpe de estado en Cataluña, la cosa cambia.

Hasta los fiscales del Tribunal Supremo  han denunciado en manifestaciones a la prensa o en conferencias públicas ,  que debido a las presiones a las que fueron sometidos miembros del alto tribunal y su Presidente, la calificación penal de los hechos que se juzgaban se rebajó por conveniencia política del momento actual.

Y eso no es nuevo porque hace años el fiscal General del Estado  Conde Pumpido afirmó que “los jueces tienen que marchar sus togas con el polvo del camino”, en una alusión clara a que en vez de hacer justicia deben hacer política, cuando el gobierno lo requiera.

El asunto es de una enorme gravedad y solo con observar la actual situación de España podremos comprender fácilmente lo indefensa que está nuestra democracia, porque las leyes se cumplen o no según convenga al momento político que dicte el ejecutivo, a la presión o chantaje que hagan los grupos que le apoyan o a la debilidad que muestren el parlamento o los jueces frente a esos excesos.

Mientras tanto la sociedad española opta por la abstención que no resuelve nada salvo el desahogo del votante que se niega a participar en esta farsa;  por cerrar filas en torno a un líder o a unas siglas que aunque no merezcan su apoyo les votan con tal de que no ganen los otros; o por tirarse al monte y allí hacerse veganos de Sevilla, animalistas del sur, “cosistas” del firmamento, anarquistas  en inacción, independentistas de Cuenca, Versolaris de Teruel, o universalistas sin fronteras, ni idiomas a tiempo parcial.

Como decía Groucho Marx  ¡Más madera!

Diego Armario