Parece que la moda política del momento es “me voy a reflexionar”. Es la nueva versión del “ya si eso, hablamos luego”. Si Sánchez lo hizo para ganar tiempo, Mazón no iba a ser menos. Solo que en su caso, la reflexión llega con un año de retraso, un chaparrón de críticas y una tormenta —literal— que aún resuena en la memoria del pueblo valenciano.
Dicen que el pueblo no olvida. Y menos cuando se trata de promesas ahogadas entre barro, informes que nunca se leyeron y obras que dormían el sueño de los justos en algún cajón ministerial. Si Mazón hubiera dimitido hace un año, tal vez hubiera sido injusto, sí, porque las responsabilidades —como las aguas del Júcar, bajan de muchos sitios y tienden a desbordarse justo donde menos deberían.
¿Dónde quedó la Confederación Hidrográfica del Júcar, tan diligente para sancionar regantes, pero tan lenta para limpiar cauces? ¿Y la ministra Ribera, que prometió el acometimiento del barranco del Pollo cuatro años antes de que el agua se lo tragara todo? Claro, ahora todos miran a Mazón, el hombre que quiso ser el gestor del cambio y terminó atrapado en el fango político… y no precisamente el de la DANA.
Dicen que todo empezó con una comida en El Ventorro. ¡Qué ironía!, una sobremesa indigesta que le puede salir más cara que un menú degustación en la Moncloa. Pero no nos engañemos, Mazón podrá haber sido un pardillo, sí, pero no un asesino. Porque si hay algo que mata la confianza de un pueblo no es un rostro visible, sino la cadena invisible de dejaciones, silencios y omisiones.
Y mientras los valencianos siguen esperando respuestas, no excusas, la reflexión de Mazón se parece cada vez más a un espejo empañado, no se ve nada, pero todos saben quién está detrás.
Ahí lo dejo…
Salva Cerezo

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Política,

Última Actualización: 01/11/2025

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