MIEDO

Quien controla el miedo, gana. Es el miedo político. El miedo como instrumento del y al servicio del poder. Es una emoción innata; muy útil e, incluso, necesaria. Nos aparta de los peligros; el gran obrador de nuestra supervivencia como especie.

Frente al peligro, una reacción pre progamada, desde la huida, hasta la defensa. Esa reacción es la que resulta importante para el poder. Dirige voluntades; las manipula, las condiciona, las conduce hacia donde interesa al poder.

Ni el Estado de derecho, ni el Estado democrático, ni el Estado del bienestar han podido acabar con la política del miedo. La historia del siglo XX hasta nuestros días ha seguido ofreciendo muestras, incluso terribles, de ese uso.

Entre nosotros sigue siendo habitual. La utilizó el PP respecto de la irrupción de Podemos y ahora, el PSOE con la de Vox. Siempre el que está en el poder, para mantenerse, la utiliza. Los políticos definen una amenaza que gestionan, esgrimen, para provocar la reacción que les beneficia. La amenaza, para producir ese resultado, ha de ser creíble. Será real o imaginaria, pero ha de serlo. La Historia de España, indudablemente, ayuda.

En la campaña electoral se ha llegado a decir, como la portavoz socialista, A. Lastra, que «tenemos el fascismo a las puertas del Congreso». Las palabras elegidas no son fruto del azar o de una calentura. Es alimentar el miedo, creíble en el contexto del guerracivilismo. Nada preocupa, y aún menos interesa, las consecuencias de alimentar el miedo: es el caballo de Troya del populismo.

El miedo es una emoción política tan estrecha (y tan miserable) que sólo los déspotas o los candidatos a serlo siguen viendo su utilidad en una democracia avanzada como la nuestra. No reparan en que ofrece el alimento a la angustia que atenaza el corazón de millones de personas, víctimas propiciatorias a caer cautivadas por la respuesta que el populismo les ofrece.

El miedo lo alimenta. Y algunos, llevados en volandas por su cortoplacismo, siguen entretenidos en estrategias electorales que sólo piensan en mañana; lo que venga después, ni les importa ni les interesa.

Andrés Betacor ( El Mundo )