
La pregunta de cómo es posible que el PSOE mantenga la coalición de gobierno con un partido que, como Unidas Podemos, explícitamente apoya el vandalismo callejero contra la Policía, solo tiene respuesta en Pedro Sánchez.
Únicamente la obsesiva fijación del presidente del Gobierno por el poder explica que los socialistas contemporicen con una formación que se ha situado directamente en la apología de la violencia, difundida impunemente desde la portavocía del grupo parlamentario.
El mensaje lanzado por Pablo Echenique a favor de los grupos violentos que protestaban por el encarcelamiento de Pablo Hasel no es una anécdota. Es la manifestación pura y simple de una absoluta falta de ética democrática y de decencia política, propia de partidos de extrema izquierda que, en efecto, «asaltan» el cielo igual que escaparates, comisarías o edificios públicos y privados.
Ayer mismo, Podemos impidió en la Asamblea de Madrid una declaración de condena de la violencia desatada por grupos de extrema izquierda en el centro de la capital, y después formalizó la petición para que su propio Gobierno indulte ya a Hasel.
Nunca tanto como en la actualidad los perfiles constitucionales del Gobierno se habían diluido en el partidismo y el sectarismo, hasta el extremo de que una parte del Consejo de Ministros se ha convertido en una plataforma de mensajes y eslóganes contra el propio sistema democrático.
Lo que antes hacían grupos marginales, despreciados por formaciones políticas dignas de llamarse democráticas, ahora lo hacen un vicepresidente segundo y su portavoz parlamentario, que se ríen de Sánchez y de todos los socialistas porque el Gobierno depende de Podemos.
Es un espectáculo entre dramático y bufo contemplar la sucesión de crisis internas en un Gobierno que aspira a gestionar con solvencia miles de millones de euros procedentes de Bruselas y cuya gestión económica hará que España dependa más que nunca de la confianza exterior.