
De los 366 días que tendrá este año bisiesto, no hay uno solo que no merezca ser considerado como el Día de la mujer, porque aun a riesgo de caer en el tópico que devalúa las exageraciones, es absolutamente incuestionable la necesidad aún vigente de superar las injusticias y las diferencias que les restan derechos.
En los países más desarrollados, como es España, esa conciencia forma parte del patrimonio cultural de nuestra sociedad porque ha calado en la educación, la familia, los medios de comunicación, la justicia y los poderes públicos mucho más de lo que dicen los estereotipos machistas, que aun existiendo lamentablemente, sus manifestaciones son minoritarias y rechazadas por la mayoría de los ciudadanos.
España es un país ejemplar y adelantado a otros de nuestro entorno en el reconocimiento y la protección de la igualdad de derechos de mujeres y hombres, porque tanto en la investigación científica, como en la representación política, en el periodismo, la cultura, la medicina y cualquier otra manifestación institucional o laboral somos un referente entre las naciones de nuestra PIB, dimensión e influencia.
En otras latitudes en las que las libertades y la igualdad de derechos están limitadas o no reconocidas los poderes públicos, la situación de la mujer es insoportablemente injusta y a pesar de ello los gobiernos de todo el mundo llamados feministas y defensores de la mujer, conviven políticamente con ellos y aceptan con naturalidad sus costumbres ancestrales por respeto a una tradición que colisiona con el principio de igualdad.
Sin embargo cuando el feminismo se utiliza como un arma de agresión política para discriminar incluso a unas mujeres en relación a otras, como sucede en España podemos encontrarnos con que existen mujeres de primera, mujeres de segunda y mujeres apestadas, o dicho de otra forma: feministas de primera, de segunda y hembras despreciables, porque la bandera del respeto y garantía de los derechos de la mujer se ha teñido de una ideología excluyente que convierte en una ciudadana bajo sospecha a cualquier que no profese una ideología de izquierda.
Independientemente de los silencios clamorosamente insolidarios que se producen en algunos casos si la víctima de la una agresión machista ha sido una mujer ajena al sindicato del feminismo institucional, solo hay que recordar algunos debates televisivos de los últimos días con mujeres de distintas formaciones políticas para descubrir que urge una mayor conciencia de género y solidaridad entre las mujeres independientemente de su adscripción política e ideológica.
Cuando la etiqueta que se ponen los defensores de una causa es más importante que la propia causa podemos encontrarnos con la aberración de que se llamen a sí mismos feministas algunos políticos repugnantemente machistas, que desprecian a las mujeres que se apartan del lenguaje políticamente correcto en la defensa de sus derechos, y es que “ en tiempos de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario”
Diego Armario