
ORIGEN, IDENTIDAD, BURRO
Y usted, ¿de dónde es? Ya puede uno emprender toda clase de ejercicios mentales, adoptar costumbres nuevas, aprender idiomas; ya puede uno viajar a países lejanos e incluso instalarse quizá para siempre en uno de ellos, que la sombra de la tribu original lo perseguirá hasta dondequiera que se esconda. Y cuando crea que la ha perdido de vista, vendrá un nativo curioso y se la recordará, si no es que se la hacen presente en cualquier esquina del día los susurros de su propia nostalgia.
Apretado por la penuria, César Vallejo evocaba en París, pidiendo perdón por la tristeza, su burro peruano en el Perú. Y yo he visto a gallegos llorosos en una ciudad alemana de provincias viendo a sus hijos bailar muñeiras ataviados con el traje regional. No anduvo uno lejos de contagiarse, aunque por azares del nacimien- to no perteneciese a la estirpe gallega.
Pertenecer, ser admitido: por tales veredas transitan, ya en fila india, ya en confuso escuadrón, las almas, la melancolía y las obsesiones. Yo no sé si el ser humano es tan sociable como lo pintan, a menos, claro está, que no tenga más remedio o le convenga; pero me va viniendo la certeza de que es por naturaleza gregario, propenso a integrarse en clanes y vecindades, en clubes y asociaciones. Construirse a partir de impulsos grupales una identidad es un asunto a primera vista privado y, por supuesto, legítimo. Allá cada cual con la olla podrida de sus sentimientos.
Se dijera que contenemos un hueco entre el esternón y el espinazo, y también, pobres guiñapos pasajeros, que no acertamos a mantenernos erguidos si no atiborramos el hueco de imágenes y recuerdos, hábitos y convicciones, folclore y banderas. Algunos van más allá de su estatura, fundiéndose en señas identitarias selectas, y dan de lleno en el nacionalismo; el cual, como la religión, es una cuestión de fe que les aclara la complejidad del universo en menos de dos minutos. Yo no he conocido gente que dude menos.
Esta es una de las causas por las que el nacionalismo, aunque se vista de revolucionario, es tradicionalista por naturaleza. Quizá su principal razón de ser no sea el ejercicio público del supremacismo, como le reprochan sus opositores, sino la circunstancia de que no puede subsistir sin limitar la creatividad de los ciudadanos. Ningún otro movimiento social de cierta relevancia a estas alturas de la Historia impone la aceptación sentimental de formas folclóricas autóctonas para el progreso de su causa.
El siguiente paso es proclamar que las señas identitarias están en peligro. Las costumbres, el idioma, la religión, los fueros, en fin, lo antiguo y lo de siempre y las raíces y nuestra cara típica y nuestra alma doméstica van a desaparecer. ¿Cuándo? Ahora, en cualquier momento. Los atacantes, también llamados enemigos, son muchos y fuertes. Sus nombres cambian de unos países a otros; pero en todos los casos coinciden en representar la presencia del elemento invasor, llámese globalización,
Estado centralista, llegada masiva de emigrantes, internet. Si tanto empeño tenemos en sostener una identidad como quien lleva un cirio en la procesión, quizá la pregunta que mejor nos puede poner en nuestro sitio no sea de dónde procedemos, sino adónde vamos, a la cual, por cierto, ya respondió Jorge Manrique en el siglo XV con ocasión de la muerte de su padre. Vamos a la mar, que es el morir, donde no ha de perdurar nada, absolutamente nada, de lo que somos.
Fernando Aramburu ( El Mundo )