
PACTO PARA LIQUIDAR ESPAÑA
En boca de Pedro Sánchez, y no digamos Pablo Iglesias, «progresista» es a «progreso» lo que «carterista» a «cartera». El pacto que han alcanzado esos dos boxeadores sonados no tiene más propósito que salvarse mutuamente de la paliza recibida en las urnas, a costa de abrazarse entre sí, venciendo la repugnancia que se inspiran, antes de echarse en brazos del separatismo triunfante.
Hace pocas semanas el presidente en funciones declaraba, campanudo, que introducir al líder de Podemos en su gabinete le provocaría insomnio. Con tres escaños menos él y siete su nuevo socio esa coyunda política es motivo de júbilo.
El populista coletudo ha pasado de Bestia a Bella en un abrir y cerrar de ojos, porque la ambición del socialista no conoce límites, ni barreras éticas, ni sentido del ridículo. Cualquier felonía es válida con tal de conservar el poder. No hay traición demasiado abyecta ni precio excesivamente alto.
Una vez perdida sin remedio la escasa credibilidad que pudiera conservar a ojos de los más ingenuos, Sánchez no tendrá inconveniente en romper, una tras otra, las promesas formuladas en campaña y aún antes: la de restablecer en el Código Penal el delito de convocatoria ilegal de referéndum, las recogidas en su programa en relación a los emprendedores, e incluso la más importante de todas: la que le obliga, como jefe del Ejecutivo, a guardar y hacer guardar la Constitución española.
Honrar ese compromiso le enemistaría con los independentistas de cuyos votos depende el Frankenstein alumbrado a toda prisa con Iglesias, partidario de «buscar fórmulas» que hagan posible robarnos la soberanía para regalársela a quienes incendian las calles, bloquean carreteras, agreden a los agentes de seguridad, o a cualquiera que se atreva a plantarles cara, y preparan explosivos para cuando llegue la hora de emplearlos. Dicho en lenguaje carterista, «dialogar». En román paladino, ciscarse en la Carta Magna.
El candidato del PSOE no ha esperado la llamada del Rey para amarrarse la investidura en las Cortes. Su narcisismo está muy por encima de esas minucias formales. Hace mucho que tiene garantizado el respaldo vía abstención de Esquerra Republicana y Bildu/ETA, muñidores en origen del proceso de destrucción en el que se adentra nuestro país a velocidad creciente.
Los demás actores en escena son comparsas insignificantes. El hueso duro de roer era el dirigente podemita, que se alza con la victoria tras forzar su entrada por la puerta grande en un gobierno de coalición donde ostentará una vicepresidencia. Sánchez se ha rendido a su adversario tras perder clamorosamente el órdago que le lanzó. Ahora Iglesias pondrá y quitará a su antojo en ese Ejecutivo hecho a retales, donde Junqueras y Otegui decidirán mucho más de lo que se nos permita ver.
Nos esperan tiempos difíciles en lo nacional, lo económico y lo que atañe a las libertades. En nombre de su «progreso» nos impondrán su moral, además de meternos la mano hasta el fondo del bolsillo con el fin de financiar sus experimentos sociales.
No durará mucho el monstruo, es imposible que dure, pero para cuando caiga lo que hoy es un horizonte inquietante se habrá convertido en un erial. Solo cabe confiar en que la minoría de bloqueo conseguida por PP y Vox en el Congreso y el Senado impida que consumen su plan de liquidación de España y que, mientras dure la travesía del desierto, los de Casado no pierdan el norte, permanezca unida e integre poco a poco en su seno a los restos del naufragio ciudadano. Lo demás, aunque grave, será reversible con la ayuda de Europa.
Isabel San Sebastián ( ABC )
viñeta de Linda Galmor