
PACTOS
Salta a la vista que pactar no es una de nuestras preferencias. En vez de tomarlo en su sentido más noble de negociar, estipular, llegar a un acuerdo, lo tomamos en su aspecto peyorativo de ceder, amañar, consentir, que no figuran en nuestras actitudes, tradiciones o ADN, como se dice ahora. Cuando el pacto es el cemento de la democracia, la única forma de encontrar un terreno común entre opiniones distintas.
Sin consenso no hubiéramos logrado nunca el único gran éxito en la historia política, la Transición: pasar de la dictadura a la democracia sin sangre, cediendo cada uno para ganar todos. Pero pronto adquirió en ambos bandos los tonos tristes de transigir, que fueron acentuándose hasta acabar en el reproche, la acusación o insulto. He pensado a menudo en ello y lo atribuyo al ingrediente religioso que tiene la política en España, que la hace dogmática, inflexible, aunque puede haber más.
Cuando la primera generación de líderes democráticos ha desaparecido y la segunda está a punto de hacerlo, el pacto se hace imposible para la tercera, siendo más necesario que nunca, al volver los problemas crónicos de nuestro país. Y no es sólo que no haya forma de poner de acuerdo a la izquierda y derecha.
Es que empieza a ser imposible dentro de cada una, por más esfuerzos que hagan. Ahí tienen al PSOE haciendo juegos malabares para admitir a Podemos en el Gobierno, pero negando que sea un gobierno de coalición (¿qué son entonces, una pareja de hecho?), y a Ciudadanos haciendo ascos a Vox, pero aceptando sus votos para gobernar. Esto no es serio, ni razonable, ni útil. Es engañarse a sí mismo y, mucho más grave, a los demás.
Dejo aparte los líos de la izquierda, que en un pasado no remoto los solucionaba con purgas y paredón, pero ya no puede, como ha comprobado Iglesias, para concentrarme en los de la derecha. Sus problemas internos sólo se solucionan considerándose un solo partido, en vez de los tres que hay.
A fin de cuentas, todos parten de la «casa madre», el PP. Si quieren no seguir perdiendo elecciones, tendrán que aceptarlo y admitir como socios a todo aquel que acepte sus tres grandes principios. El primero, la democracia como base de la libertad e igualdad de todos los españoles.
Luego, la unidad de España en su diversidad, no viendo en ésta privilegio, sino riqueza del conjunto. Por último, la honestidad personal de cuantos aspiren a cargo público, que ha de desempeñarse como un honor y un servicio, no cómo vía de enriquecimiento privado o del partido, al ser uno con tres alas los conservadores clásicos. De estar de acuerdo en estos principios, no les será difícil ponerse de acuerdo.
El test sirve también para diferenciar al verdadero conservador del oportunista o arribista, que tendrá que librar la batalla sólo y por su cuenta. En cuanto a qué puede ocurrir en la izquierda, mi único temor es que Pedro Sánchez salga cualquier día diciendo que es de derechas. Empieza a parecerlo.
José María Carrascal ( AB )