Mientras “Narciso” hipnotizado con el reflejo de su imagen en las turquesas y cristalinas aguas de Lanzarote, mientras la natural refracción acrecía su vanidad y agravaba su macarra y jactanciosa altanería, a 7000 kilómetros del palacete de “La Mareta” se estaba produciendo un acontecimiento que previsiblemente terminará transformando el actual equilibrio de fuerzas de los bloques que lideran el actual poder universal.

La ignominiosa, la cobarde retirada de las tropas de la coalición occidental, auspiciada y dirigida por los Estados Unidos, además de un nuevo fracaso estratégico, es un inmoral menosprecio, un clamoroso insulto y humillación a las miles de víctimas que dieron su vida para aniquilar, y cuando menos, neutralizar la real amenaza del terror que los talibanes islámicos ejercían sobre los Estados liberales y democráticos.

Veinte años perdidos, una ingente cantidad de dinero del contribuyente empleado y malgastado en un esfuerzo bélico absolutamente estéril, en un infructuoso e inútil intento de reconstrucción social; todo esto, para concluir con una huida vergonzante, con una dejación y olvido de los supuestos y mal ponderados valores de la civilización occidental.

Los nuevos dueños de Afganistán se están relamiendo de placer ante la perspectiva de que ya nadie va a estar sentado a su mesa, los manjares que el terror y la represión les van a proporcionar, solo ellos, van a disfrutarlos, sin esperar que nadie mediatice ni impida el delicioso regusto de la sangre derramada o la satánica voluptuosidad que dimana del crimen, y más cuando este permanece impune.

Hasta aquí, todo lo dicho, es merecedor de calificarlo como repulsivo.

Qué gran error, qué estúpida pretensión la de haber confiado al ejército afgano la futura contención o control de los radicales islámicos; la tierra de Afganistán es un campo yermo, un lugar baldío donde es imposible que enraícen o arraiguen las ideas civilizadoras, los conceptos liberales y democráticos; allí está instalada la división, es un mosaico de intereses contrapuestos, de señores de la guerra, de etnias diferenciadas donde es utópico e inviable alcanzar valores raciales capaces de crear orgullo de patria y en los que depositar la fe en el futuro.

Algo que se asemeja a lo que sucede actualmente en nuestro país, muchos españoles nos preguntamos ¿dónde están los capitanes? ¿dónde los soldados?, pues, de continuar siendo gobernados por estos ejemplares— que no pudiendo pasar de aprendices en ningún oficio, se declaran maestros en el arte de gobernar, y por tanto están indicados por la “opinión” para altos cargos; poseedores de frentes preñadas de conceptos brillantes que se encierran para resolver los arduos problemas; y si les vemos por el ojo de la cerradura, están entretenidos en hacer pajaritas de papel. (A. Ganivet) — podría llegar el momento de que nuestros generales reflexionaran seriamente y con exaltado patriotismo sobre los deberes irrenunciables que conlleva el ser militar y sobre las misiones que les confiere la constitución del 78.

Desgraciadamente, aún existen en España un sinnúmero de ciudadanos de todas las capas y pelajes, que cuando se les pregunta su opinión sobre las maldades y traiciones del gobierno, o sobre su particular e intransferible actitud ante las permanentes tropelías, engaños y burlas del ejecutivo, no responden, pero si se les mira a los ojos, se intuye la frase del cínico Diógenes al emperador Alejandro: “Apártate, que me dé el sol”

No nos llevemos a engaño, siempre hay una tropa estructurada con similares mimbres, los que portan a sus espaldas los cuévanos donde arrojan, lo que ellos llaman, los detritus de la sociedad capitalista, se hacen llamar los “salvadores”, los “grandes igualadores”, léase los comunistas, los bolcheviques, los bolivarianos, incansables profanadores del progreso, “jiferos” universales, así nos lo muestra la historia de sus revoluciones; movimientos insurgentes a sangre y fuego, como la emprendida en España por los asesinos del terrorismo etarra, y que en la actualidad, sus hijos predilectos conforman uno de los soportes del gobierno de “Narciso”

Comunistas, adoctrinados en el marxismo, hombres embelesados, sin alma ni conciencia, fieles lacayos del partido donde se predica y afirma que dentro de él no existe el crimen, nada les está vedado, la absolución de sus genocidas actos, siempre se disculpa y se da por añadidura; hay crear el “hombre nuevo” con todos los medios a su alcance, es condición inexcusable dar carta de naturaleza a uno de los que probablemente se considera como el más célebre aforismo de Marx, acuñado en 1845, que dice: “Los filósofos han interpretado el mundo de diversas maneras; ahora se trata de transformarlo”

Comunistas, que consideran que el descontento humano es algo que no hay que remediar, sino explotar.

La explotación del resentimiento, no su solución, ha estado en el centro de la política socialista desde la década de 1840. Esta actitud ha llevado al surgimiento de lo que se llamó en 1902 “política del odio”, elevando el odio a la categoría de principio para destruir “quirúrgicamente” a sus enemigos.

No sé al lector, pero a mí, esto me parece repulsivo.

Acabo de terminar el libro “Así se templó el acero” de Nikolai Ostrovski, un bolchevique condecorado y ensalzado por la revolución soviética, muerto a los 32 años, donde relata la vida de sus amigos komsomoles, novela preñada del tópico y cínico buenismo socio-comunista, al cual estamos acostumbrados en España, melifluo y dulzón a ratos, en ella se pone de manifiesto lo que Lenin decía: “La juventud es el barómetro”, es decir el adoctrinamiento juvenil mediante la permanente agitación y propaganda es elemento fundamental para alcanzar los fines revolucionarios.

El libro de casi 500 páginas, prescindiendo de los relatos consabidos, se resume en la siguiente literalidad:

Inculcar incansablemente en las conciencias de cada uno nuestras ideas y consignas.

Conciencia obrera. Remataremos juntos a los señores. La muerte de sus camaradas serviría para que fuera más bella la vida de los que nacieron en la pobreza, de aquellos para los que el propio nacimiento era ya el comienzo de la esclavitud.

Ahora nadie ve en la aldea que el poder descargue el látigo sobre los campesinos.

Educó al partido bolchevique en el odio irreconciliable a los enemigos.

No hay fortaleza que no pueda ser tomada por los bolcheviques.

Solo podemos cuidar de la gente cuando tengamos construido el socialismo.

Antonio Cebollero del Mazo ( El Correo de España )