Dice en un artículo de La Vanguardia que un año después de la pandemia somos igual de miserables, con críticas a todo lo que no sea Pedro Sánchez, el omnisciente cum fraude.
Con la mediocridad de un trepa acomodado, arrimado a lo que lucra, el plumero agita, de la demagogia, fiel a las migas del amo para abalanzarse contra el Jefe del Estado. El amigo de deshonrosas compañías, el jeta de voz atiplada, el guionista asceta de la izquierda, el blanqueador de perniciosas conductas.
Todo eso atesora Évole en su currículum de pelota, el periodista del pueblo cateto, el adosado a la ideología siniestra, ocurrente y dicharachero, luminoso en las disimuladas formas, oscuro en el propósito y el fondo.
Este oportunista que no da puntada sin hilo radical, con apariencia de no romper un plato, es el crítico social que envenena de ignorancia al rebaño que se traga sus soflamas. Desbarra escorado a la bolivariana, justificante de lo inmoral convierte la aberración en simpática sugerencia y lo normal en defecto de convivencia.
Pero el tío disimula que hasta parece buena persona y no pareciera que detrás de los cristales de las gafas escruta una rata. Rata figurada, a modo de ratón de biblioteca, con esos aires de intelectual que tampoco dan para tanto.
Su fórmula del éxito está en las malas compañías y a la conciencia no hacer ascos que todo es relativo mientras se esté lucrado. Nada es criticable si concierne a lo comunista, gurú del oportunismo, eso sí es de miserable, mandado, obediente y con los amos disciplinado. Lo más parecido a un gusano que nunca será mariposa, complacido y arrastrado.
Todo un ejemplar del periodismo vendido con la moral a precio de saldo… recuerda a Ferreras, y tantos, otro que tal baila al compás de las mentiras.
Parásitos.
Ignacio Fernández Candela