SÁNCHEZ E IGLESIAS, ESOS REYES DE LA SITUACIÓN

Tras la moción de censura que derribó a Rajoy en horas 72, a nadie debiera chocar que el presidente y su socio de cogobierno Iglesias presentaran el jueves un acuerdo de Presupuestos que poco tiene que ver con unas cuentas públicas.

Bajo su indigesta prosa panfletaria, más propia de Facultades-trinchera que del rigor exigible a un departamento ministerial, el contrato sellado escritura un pacto de legislatura por medio de un programa común destinado a consolidar el cambio de régimen que está en la génesis del golpe de mano parlamentario que desahució al PP de La Moncloa.

A este fin, rescatan del guardarropa el Pacto del Tinell de los tiempos de Zapaterocontra el PP y lo extienden a todas las formaciones a la diestra del PSOE englobadas en un genérico y despreciativo «las derechas», como representación política de la España estigmatizada por la izquierda extrema. Al tiempo, se socava la institución monárquica votando su abolición en el Parlamento de Cataluña y se convenía entre los nuevos reyes de la situación despenalizar las injurias al Jefe del Estado, mientras se negocia bajo cuerda un acuerdo con los golpistas del 1-O.

En pro de dejar fuera a esa media España, las mutuas conveniencias de Sánchez e Iglesias han apremiado a uno y a otro a olvidar pasados reproches y a echar pelillos a la mar. Atendiendo al gravoso documento en el que Podemos plantó su logotipo al mismo nivel que el del Gobierno de la Nación, con una consentida falta de decoro institucional que revela que Sánchez está dispuesto a tragar lo que haga falta con tal de mantenerse en el poder a cualquier precio, se puede concluir que Iglesias se ha cobrado cumplidamente su apoyo a la moción contra Rajoy hasta el punto de arrogarse la condición de casero del presidente.

Tan asumido lo debe tener Sánchez como para cometer el calamitoso lapsus de sentirse Rey por un día en la recepción real con ocasión de una Fiesta Nacional que, de no ser por la existencia de la Monarquía, habría sido devaluada este año a la categoría de fiesta local, dado el deliberado deseo del Gobierno de no incomodar a sus socios podemitas e independentistas.

El patinazo de los Sánchez que quisieron ser monarcas por un día, debiendo ser retirados por los servicios de protocolo de la Casa Real, fue el colofón de un amargo 12-O de un presidente que no ha sido elegido en las urnas y que prometió una prontas elecciones que ahora demora hasta cambiar las reglas de juego. Cuanto más tratan de ningunear la figura de Felipe VI, más se agiganta a los ojos de los españoles.

Pero, ante la dejación del Gobierno, exponen en demasía a una institución clave para que la Transición llegara a buen puerto y que vuelve a serlo en una tesitura en que España ha fiado su Gobierno en manos de quienes la traicionan y buscan su destrucción. Conviene no engañarse sobre la gravedad del momento.

Francisco Rosell ( El Mundo )