SÁNCHEZ-IGLESIAS: A CADA CUAL LO SUYO

Una vez desaparecida de la faz de Pablo Iglesias aquella «sonrisa del destino» -fueron sus palabras de delectación que hoy se revelan crueles- para aupar a Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno en 2016, a cambio de reservarse la Vicepresidencia con mando sobre los centros neurálgicos del Estado, el menguado secretario general de Unidas Podemos (UP) implora ahora entrar en un gabinete de coalición con el PSOE.

Con tal de ser «ministro, aunque sea de Marina», como bromeaba el procurador franquista Jesús Fueyo, Iglesias se deja los nudillos aporreando la puerta del Consejo de Ministros. Dentro de sala tan principal, Sánchez hace oídos sordos al cacareo del que denominó vacuamente su «socio preferente».

Pero al que le ha retirado esa deferencia en las últimas horas para lastimar más su orgullo herido de gallito a punto de ser escabechado, por más que afile los espolones en el corral revuelto de un partido en desbandada.

En el último trienio, el descamisado líder del ejército de indignados que reclutó con la crisis ha malogrado el capital que le facultó estar en condiciones de dar un sorpasso al PSOE, como Syriza en Grecia, y proclamarse gran dominador de la izquierda.

Todo ello dentro del proyecto de expansión europeo del comunismo bolivariano sufragado por Hugo Chávez con el entonces dinero fácil del petróleo de la hoy saqueada Venezuela y en cuya satrapía desempeñaron diversas asesorías estos cualificados miembros del autodenominado Soviet de la Complu(tense).

Desde la hora en que esa nueva casta de descastados nutrió su patrimonio a costa de patrimonializar la ira de los indignados, Iglesias era un cadáver político en su panteón de Galapagar, por mucho que los suyos teman decírselo, de la misma manera que nadie osaba acercarse al cuerpo yerto de Stalin para comunicarle su muerte.

Nuestro Savonarola, émulo del fanático dominico florentino que acabaría en la picota, después de alardear de que no se aislaría de la gente refugiándose en lujosas urbanizaciones, como políticos de la «casta» tales como González o Aznar, se reveló un aventajado alumno de éstos favorecidos por el destino al exhibir impúdicamente que su objetivo era reemplazarla.

A ese tablón movido a conveniencia es lo que Sánchez llama, como su maestro de esgrima Zapatero, «geometría variable». Esto entraña gobernar de forma consentida en una dirección o la contraria en función del momento de pasión por el que atraviese su disfrute del poder.

Ello imprime a la gobernación una enorme imprevisibilidad cuando sobre la mesa de operaciones se libra a vida o muerte la pervivencia misma de España como nación.

Francisco Rosell ( El Mundo )