España además del coronavirus sufre una epidemia de desconfianza  que afecta a nuestras posibilidades de ocupar cargos importantes en las instituciones de la Unión Europea porque la falta de transparencia del ejecutivo y los intentos  de intervenir en la independencia del Poder Judicial  han provocado que nos pongan la lupa.

 Con el rechazo a la candidatura de Pedro Duque a presidir la Agencia Espacial Europea,  puesto al que se presentaba con indudables méritos, ya sumamos tres tarjetas rojas  tras la derrota de Nadia Calviño  como responsable del Eurogrupo  y la de Arancha González Laya  para dirigir la Organización Mundial del Comercio.

Tenemos  profesionales competentes y de prestigio, incluso en el gobierno,  pero su imagen se devalúa  a causa de  algunos compañeros de gabinete que, además de ineptos, son escasamente respetuosos con las libertades que se exige en cualquier democracia  porque tal vez ignoran que durante  el franquismo no  fuimos admitidos en el club político y económico de la postguerra, porque no cumplíamos los requisitos de respeto a las libertades  que exigían los tratados  constituyentes de la Unión.

Los llamados burócratas de Bruselas cuando observan estupefactos que aquí se encaman, políticamente hablando,  gente con convicciones   (como son Podemos, Ezquerra Republicana y Bildu)  con gente sin principios (como son Sánchez y su persona) sacan conclusiones  y  observan de cerca las decisiones que toma el gobierno.

 No entienden que  aquí se junten a negociar cómo desarmar la estructura constitucional de España  un zarrapastroso,  un bandolero al que llamaban el gordo, un charnego independentista,  algún o alguna mediocre con un  currículo similar al anterior y dos portavoces que hablan de nuestro país como si fuese una empresa en suspensión de pagos, y  ante ese espectáculo  nos miran  con la estupefacción de quien se asuma al jardín de un frenopático.

Ignoro si Sánchez saldrá algún día de su laberinto pero  creo que si no fuera por lo que le gusta el Falcon, El Palacio de las Marismillas y algunos otros chollos,  rompería  con el socios  que tantos dolores de cabeza le da.

 Yo al menos no me lo imagino cenando, la  noche de Navidad o de fin de año, con su señora, Iglesias y la suya en la Moncloa,  porque por más que el ministro Illa diga que  se pueden considerar allegados.

Diego Armario