Esto que pueden leer es una oda a Madrid. El homenaje a esa ciudad que, lamentablemente, Barcelona un día también fue y nunca volverá a ser ni de lejos. Un lugar en el que, ya me irán perdonando, podemos hacer y ser lo que nos brote de ahí.

Eso, y manda cojones, es lo que nos distingue de la grisura cerril que padecen en otros lares, que envidian lo que podrían pero no saben ser: acogedores. Es peor, mucho peor, una jartura que dirían en Cádiz, medirse ni siquiera con sino contra la capital, apuntalados en su obsesión prohibicionista, fuera turistas, fuera castellanos, fuera todos los que no se cuadren ante la puñetera manía esa que tienen sus próceres de

 imponer un mundo sin aristas, plano, obtuso, desesperadamente mediocre, a la altura de sus ignotas capacidades, mamarrachos que cruzan disfrazados las Ramblas y acaban empuñando la vara de mando municipal, política efectista, de vendedor de ungüentos milagrosos.

Por eso no pueden con la Ayuso ni su rebeldía ante el rodillo expoliador. Los descoloca la suficiencia de quien flota por encima del totalitarismo travestido de progresismo.

Y no, Madrid pasa de tanto obseso, convencida de que su único apostolado es dar libertad, dejar hacer, dejar pasar, que es lo jodidamente difícil, acoger antes que rechazar, medir a la gente por sus capacidades, por su ansia de crecer y no perderse en la atonía de estos pardales que hoy hasta prohibirían la ‘Vida de Brian’, tal es su castrante querencia por imponer, incapaces como son de convencer. Eso aquí, ya lo siento colegas, no pasa.

Andan mis amigos catalanes preguntándome por lo bajini, con un deje de envidia, sobre el secreto de lo que Almeida antes y Ayuso siempre están logrando aquí y ellos no tienen: garantizar derechos, eso es lo que supone ser Estado, protegerte para que ejerzas tus libertades sin ese afán intervencionista con el que coartan a unos para imponerse sobre otros.

Mola esta ciudad sin soberbia porque ha logrado que ni eso necesite, sobrevuela en vuestra estulticia, abre puertas donde vosotros levantáis muro, te dice alto y claro «venga, dale, demuéstrame lo que vales» y los de fuera nos sentimos cada vez más gatos.

Prueben en Barna, lo tienen muy chungo.

Agustín Pery ( ABC )