
TEMED LOS POLÍTICOS CON REGALOS
Tampoco ningún otro inquilino del Palacio de la Moncloa se ha valido tanto de la despótica fórmula del decrétese para saltarse a pídola el Parlamento con la Legislatura finiquitada y las Cortes disueltas, recurriendo para su convalidación a una Diputación Permanente que está para asuntos de emergencia no precisamente electoral.
Arrollado por el tiempo, como el Conejo Blanco de la Alicia de Lewis Carroll repitiendo monocorde con su reloj de leontina: «¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¡Llegaré demasiado tarde!», Sánchez se confecciona un traje a la medida de su conveniencia a base de decretazos y arruina las probabilidades ajenas.
Todo ello merced a su propio «artículo 42», como aquel del que se valía el antojadizo rey del País de las Maravillas para hacer su santa voluntad y expulsar a la descorazonada Alicia.
A este fin, Sánchez se emplea con tal demagogia tratando de vender los efectos medicinales de sus ungüentos electorales que evoca a cierto cura mexicano que publicitaba las maravillas del cielo a una variopinta feligresía en la que figuraban especies humanas más diferentes si cabe que aquellos animales que cobijó el Arca de Noé: campesinos, artesanos, tenderos, agiotistas, autoridades, prostitutas, curanderos y caciques.
En un momento del sermón, para asegurarse de que todos habían entendido bien los portentos descritos, el párroco pregunta: «Vamos a ver. ¿Quiénes quieren ascender a la gloria?». Y todos levantaron la mano, excepción hecha de un añoso jornalero. El perplejo clérigo le inquiere la razón y éste lo desarma con lógica aplastante. «Es que este viaje va muy lleno».
Es lo que acaece en esta Jauja de los llamados «viernes sociales» -remedo propagandístico de «los domingos rojos» del sevillano ayuntamiento comunista de Marinaleda- en el que un Consejo de Ministros de estos puede prometer que lloverá café, como la canción de Juan Luis Guerra, si es que no directamente maná caído del cielo.
Bajo ese falso señuelo, las encuestas manufacturadas por Tezanos ejercerían la fascinación del espejuelo sobre la pobre alondra a la que encandila y hace fácil presa de la red del cazador.
Ante esa evidente circunstancia, cuesta tanto no ver lo que tenemos delante de nuestras narices como difícil de callar, como Curro Romero apuntó en aquel ágape rondando los días grandes del Carnaval de Cádiz.
Francisco Rosell ( El Mundo )