He encontrado esta mañana un texto a medio acabar que empecé a escribir mucho antes de que las desgracias que hoy nos asolan nos golpeasen sin piedad,  y lo recupero porque no ha perdido ni un gramo del sentido histórico que lo  justificó en su momento.

La reflexión que entonces hacía tenía que ver con la devaluación de la maldad, porque los facinerosos de hoy son unos aficionados  comparados con los de antaño.  De hecho yo sostengo que son producto de una reencarnación fallida o de un parto maldecido por la propia naturaleza  que ha conseguido  devaluarlos hasta convertirlos en estúpidos maleantes que no encuentran competencia y degenerando, degenerando, han llegado al coche oficial.

Escribía yo por entonces  que creo que somos inmortales y que quienes hoy habitamos este mundo somos los mismos que lo poblaron hace centurias. Sé que intentar explicar lo que algunos consideran un absurdo tiene poco futuro, pero  no me detendré ante el muro de dudas que construyen los incrédulos, porque son una legión de desesperanzados que solo se agarran a su ausencia de argumentos para llevar la contraria a quienes nos aferramos a una cierta vocación de eternidad.

Si alguien acepta por un momento esta tesis,  debería concluir que convivimos con los héroes y villanos de antaño reconvertidos en los nuevos santos y malhechores de hoy, y sería interesante  poder  descubrir en quién se ha reencarnado, por ejemplo,  el criminal Beria, qué individuo le ha prestado su cuerpo a la mente de Atila, o qué puesto ocupa hoy Heinrich Himmler en alguna empresa privada  o Administración pública.

También  sería muy interesante  saber a qué se dedica hoy Gandhi, qué emociona a Da Vinci, o  qué está escribiendo el ser que acoge la mente de Lope, porque  reencarnarse no es repetirse a sí mismo sino convivir con una nueva época en distintas circunstancias y enfrentarse a una oportunidad de mejorar el pasado.

Pero hoy es el tiempo de los mediocres y nadie sabe en quiénes se han reencarnado los grandes filósofos, y mucho menos los grandes políticos de la historia que han sido sustituidos por gente que jamás en su sano juicio pudo imaginar que siendo hijos de un dios menor llegarían a ser llamados excelentísimos señores.

Sorprende lo felices que son los que viven en la mediocridad que han oficializado los que pululan como moscas por algunas de las áreas de la política española, porque pertenecen a esas generaciones en las que la excelencia  en política no existe  y  no  pueden atribuirse a sí mismos los méritos de nuestras desventuras.

En cualquier otra época si tu mejor amigo te traiciona, tu mujer se va con el vecino del quinto y  tus hijos te venden a plazos, no lo festejarías, pero hoy lo que se estila es la coprofagia entre algunos mediocres entusiastas que exudan felicidad con ese alimento,  y critican a quienes en su reencarnación han elegido  a algún antepasado digno.

Diego Armario