No sé qué hemos hecho para merecer a éstos, pero la maldición que nos persigue viene pegada a las palabras, los odios y las mentiras de quienes se empeñan en convertir en un espacio imposible para la convivencia el lugar en el que vivimos los ciudadanos de la Comunidad de Madrid.

La campaña electoral está desnudando los peores sentimientos y las más burdas mañas de los extremos, y algunos no se están dando cuenta de que, aunque pretenden lo contrario, están situando en el centro político no solo a Ciudadanos sino también a Isabel Ayuso.

Creo que se equivocan los que, con evidente e incomprensible desesperación, porque no son votantes de la Comunidad de Madrid , se empeñan en expresar el odio que sienten contra su figura, porque le están dando un apoyo gratis al activar a ciudadanos que han comprado el mensaje de que la batalla ideológica sí es necesaria para defender las libertades.

Vivir de la renta de los errores o pecados evidentes que cometieron otros es un truco de mal pagador o una treta de buen embustero, y cuando un político se comporta así está cambiando su oficio de representante de los ciudadanos por el de maleante con patente de corso. En esos tiempos malditos la sociedad se está contaminando por el odio que fabrican unos contra otros en sus gabinetes goebbelianos , porque solo en esa salsa se sienten confortables.

Los ciudadanos desobedientes y por lo tanto libres, que no compran consignas de laboratorio, sino que ejercen su derecho a no alquilar su pensamiento a terceros, no están en la pelea barriobajera en la que han entrado unos cuantos personajes con sueldo, escolta y coche oficial.

Cuando un político que destila odio le atribuye a su oponente su mismo pecado, sus palabras se transforman en un vómito que le salpica a él mismo. De esta forma lo único que están consiguiendo es que el apoyo que alguna vez le dieron sus seguidores de entonces se torne en despecho y abandono de quienes les votaron con esperanza, porque por mucho que un hombre o una mujer quiera a su amante acaba huyendo de su regazo cuando comprueba que le miente más que su anterior pareja de sexo.

“Se puede engañar a algunos todo el tiempo, y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

Es posible que España recupere la esperanza, la ilusión y la dignidad que han dilapidado los mayores golfos de nuestra historia reciente repartidos ayer y hoy entre las dos grandes formaciones políticas, porque para ser ladrón no basta con llevarse el dinero y abusar de los privilegios. Hoy también se estila robar la ilusión de los votantes mediante la mentira, y es posible que no pocos ciudadanos se cobren esa deuda dentro de unos días.

Vivimos tiempos tan mediocres que hasta Marlaska ha decidido imitar a Echenique.

Diego Armario