Ya no cabe duda de que la compra de Twitter por el multimillonario Elon Musk será un hito importante en la historia de la era digital. Después de varias semanas de decisiones que han sumido a su empresa en el caos y la confusión, y tras despedir a casi la mitad de la plantilla, cientos de empleados renunciaron después de que Musk les lanzara un ultimátum para quedarse a trabajar «largas horas a una gran intensidad» o marcharse a otros empleos.

Aunque Twitter no quiso confirmar la cantidad de trabajadores que han renunciado, se estima que el número puede ser importante y comprometer la continuidad del servicio. Musk ha estado jugando irresponsablemente con su plantilla, despidiendo a unos empleados un día y recontratándolos al siguiente, y extendiendo la incertidumbre sobre el modelo de negocio que desea aplicar.

La sensación de que no les concede ninguna importancia a los 44.000 millones de dólares que ha invertido en la compañía se acrecentó con una broma, copiada de otra del millonario británico Richard Branson, que dijo en Twitter cuando se supo el jueves por la tarde que los trabajadores se estaban marchando: «¿Cómo se hace una pequeña fortuna en las redes sociales? Empieza con una gran fortuna».

Estamos ante un hecho inédito en la historia empresarial. Pero las tribulaciones de Musk no ocultan que sus problemas también tienen su correlato en otras plataformas digitales como Amazon, Meta, Netflix, Uber o la compañía de pagos Stripe, que han anunciado despidos y ajustes y que nos hablan de una especie de ‘efecto dominó’ en el sector. «La burbuja ha estallado», dijo un directivo de Meta, la empresa de Marc Zuckerberg que aglutina a Facebook, Instagram y Whatsapp, al anunciarse las nuevas medidas.

Hay fuertes indicios de que estamos ante el pinchazo de la burbuja de las plataformas. El negocio digital ya no encuentra financiación barata y asequible desde que los bancos centrales empezaron a encarecer el precio del dinero. La caída de beneficios obliga a los gestores a ajustar y a poner a dieta sus estructuras. El caso de Meta es emblemático: Zuckerberg iba a acabar con la realidad y a sustituirla por el ‘metaverso’ pero la realidad ha podido con ellos. Desgraciadamente para los afectados, los despidos no son virtuales.

De pronto, los problemas clásicos de la economía analógica (nóminas sobredimensionadas, caída de la facturación, ineficiencias, mal funcionamiento interno, etcétera) empiezan a pasar factura al novísimo capitalismo digital. Y si añadimos a esto la crisis de las criptomonedas, el panorama se completa y redondea.

El responsable de gestionar la quiebra de la plataforma FTX, que fue el mismo que se encargó de llevar el proceso de liquidación empresarial de Enron, ha declarado que el número de irregularidades que están descubriendo no tiene precedentes. Por lo visto, ya no se trata de que en FTX se produjeran operaciones fuera de balance, es que directamente no existían controles de gestión internos para servir de contrapeso a la voluntad de su fundador, Sam Bankman-Fried, quien hacía y deshacía a capricho con los fondos de sus clientes.

Así, no es de extrañar que se haya descubierto que unos supuestos activos que estaban valorados en 5.500 millones de dólares estén respaldados por colaterales que valen en realidad apenas 659 dólares. La creencia de que lo digital se situaba al margen de los vicios e imperfecciones humanas, proclamada por mucho ‘gurú’ del sector, se está desmoronando aceleradamente.

Además del aparente agotamiento de muchos negocios digitales que surgieron tras la crisis de las ‘puntocom’ a comienzos de este siglo, lo que está quedando de manifiesto es la falta de regulación de estos sectores. Algunas multinacionales se degradan incluso antes de que los legisladores hayan podido regular todos los aspectos vinculados a su globalización y sus abusos en el control de datos.

Es un clásico en la historia del capitalismo que cuando surge una innovación, la iniciativa privada se despliega con gran dinamismo y el afán de riqueza genera todo tipo de problemas. Después, los reguladores toman cartas en el asunto, pero normalmente ya es demasiado tarde.

La actual crisis, por lo tanto, probablemente ponga en cuestión el enorme poder acumulado por las plataformas digitales que las convirtió en cuasi Estados que se encargaban de gestionar una dimensión paralela de nuestras vidas basada en nuestro datos.

Está por ver si esta crisis desembocará en una etapa de mera sustitución de marcas hegemónicas o en una verdadera reinvención del sector de las plataformas digitales y sus negocios.

ABC