
UN CÓMICO ATÍPICO
Albert Boadella siempre tiene un argumento de convicción para casi todo lo que profiere y ha dicho que este Papa cree bastante poco en Dios. Fundamenta esta afirmación en el hecho incuestionable y perfectamente probado de que Francisco es argentino, y casi todos los ciudadanos de ese país son unos comediantes natos.
El cómico catalán se identifica con los bufones de la corte que son los únicos que se atreven a decirle a los poderosos lo que no quieren oír, y así le va: le odian en su tierra catalana y a duras penas le soportan en los ámbitos en que no guarda pleitesía a la dictadura de lo políticamente correcto, porque de un caricato, comediante o farandulero como él se espera que tenga un discurso que no se desvíe en exceso de los principios del buen seguidor de la ortodoxia grupal.
Setentón de nariz aguileña, pelo escaso, blanco y cardado, sonrisa abierta, mirada clara, voz amable, mente brillante y provocadora, siempre ha pensado que lo más difícil en la vida es “ser uno mismo” y jamás se le ha ocurrido pedir perdón por lo que hace o dice, porque si no se achantó cuando el cadáver del dictador estaba aún caliente, sería muy estúpido no rebelarse ahora contra la autocensura que, según dice él mismo, algunos imbéciles nos quieren imponer.
Reconozco que siento una cierta debilidad intelectual por este personaje que ha construido una caricatura de sí mismo sin perder un ápice de su inteligencia mordaz, porque no necesita hacer aspavientos verbales para obtener el efecto que persigue cuando retrata la miseria de los poderosos a los que critica.
Hoy en día ser catalán y considerarse español, agnóstico y desear creer en algo, hombre del teatro y no estar sindicado en un discurso gremial, es una contradicción con la que algunos que yo conozco son capaces de convivir sin renunciar a ser jodidamente independientes, y eso resulta atrevido y a la vez complicado porque los que nos rodean nos exigen que parezcamos lo que somos y seamos lo que parecemos.
Claro que las apariencias engañan y con frecuencia resultan tramposas, porque vivimos en una sociedad de reglas preestablecidas que nos conducen hacia la uniformidad absoluta. Es como si ya no tuviésemos criterio propio y tuviésemos que recurrir constantemente a un libro de instrucciones para saber cómo comportarnos, o qué pensar en cada momento.
El oficio de creador de tendencia se inventó para la moda pero hace tiempo que se ha generalizado porque hoy existen prescriptores de conductas y de pensamiento.
Como dice Boadella, la diferencia entre una pared desconchada y un Tapies es que un experto dice que vale un millón, y hay gente sin criterio que se lo cree y paga el precio que le piden.
Diego Armario