UN TIPO RARO

La crisis de los cuarenta es más grave cuando la  sufre una sociedad que cuando un chorbo  decide divorciarse, hacerse un implante capilar, meter tripa y echarse una amante veinte años más joven que él ,  y hoy me he enterado que lo nuestro es un problema de inmadurez e insustancialidad porque, cuarenta años después de muerto el dictador al que Sánchez quiere desenterrar pero, al igual que otras tantas cosas,  no sabe cómo hacerlo, los que nacieron en democracia en este país necesitan luchar contra los fantasmas de un  pasado que no tuvieron la oportunidad de vivir.

Este problema no nos afecta solo a los carpetovetónicos,  porque esa crisis de los cuarenta también la han padecido los franceses,  que es una de las dos nacionalidades de Manuel Valls,  con el que tuve el placer de almorzar ayer, y reconozco que me quedé       “ vraiment ètonné”   porque en este perro mundo hace tiempo que no existe nada que me sorprenda, salvo un  político inteligente, culto,  coherente, educado y con las ideas claras.

Valls, del que puedo hablar a su favor con libertad porque no tengo que votarle, se enfrenta a un problema  estético  porque tiene que lidiar con una acémila, la actual alcaldesa de Barcelona, que viene trabajando desde la zafiedad de su propia incultura  por expulsar a las mejores empresas de la que fue una de las más hermosas y competitivas ciudades  españolas y europeas,  para darle cobijo al lumpen social y económico que hoy la habita.

Lo que más me convence del jacobino Manuel Valls, que fue primer ministro francés, es su idea de recuperar Barcelona para que vuelva a ser una ciudad potente, tolerante y competitiva en una España fuerte y unida y con peso en una Europa necesitada de liderazgo.

Lo tiene difícil porque, la ciudad de la que quiere ser alcalde, hay días que se asemeja a un campo de batalla con olor a goma quemada, otros días ofrece a imagen de la sala de un psiquiátrico y  algunos otros es el reino de manteros, chaperos, drogatas y prostitutas.

Me duele escribir estas líneas porque Barcelona es una de las ciudades mejores y más bonitas que conozco en el mundo, y por eso creo que necesita regresar a su naturaleza de gran urbe, cosmopolita y centro de la cultura.

Es cierto que otras grandes ciudades españolas también son víctimas de la crisis de los cuarenta que afecta a demasiados ociosos con pocas lecturas en sus cabezas  y demasiado tiempo libre para no hacer nada porque no tienen nada que hacer, pero en Barcelona padecen  el plus de independentismo que ha pasado de ser una opción legítima a convertirse en una seña de identidad de gente que ha perdido el norte.

No creo que nos pueda servir de consuelo pensar que el desorden es el signo de los tiempos porque miremos a donde miremos encontramos a un loco o a un inútil gobernando un país, pero sería una buena noticia que las ciudades volviesen a ser un lugar para la convivencia, la cultura, la economía y el progreso , y a eso se le llama en política,  democracia liberal y representativa.

Diego Armario