
UN VIRUS PROVINCIANO
Cuando ayer le mandé al director adjunto de ABC, Agustín Pery, la rueda de prensa del consejero de Interior, Miquel Buch, lo primero que me pidió es que verificara que no fuera un bulo, porque tenía toda la pinta. «Ahora se imitan muy bien las voces, o se construyen frases falsas desordenando las propias palabras».
Y a pesar de que por ser catalán he visto cosas que no creeríais, pensé que efectivamente era imposible que un consejero de la Generalitat se atreviera a decir en rueda de prensa oficial que el Gobierno había mandado 1.714.000 mascarillas a Cataluña para ofender a los independentistas, por coincidir la cifra con el año de la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión,
tomada por el nacionalismo como símbolo de la «pérdida de nuestras libertades nacionales» y «de la lucha por recuperarlas». Pero lamentablemente era cierto: y no sólo Buch lo dijo sino que su jefe de prensa lo difundió por las redes sociales, alardeando de ello.
Ni siquiera se les puede reprochar maldad, ni ser unos miserables, porque para ello hace falta un cálculo, una distancia, un darse cuenta de lo que haces que ya no existe en el independentismo, y tan delirantes y grotescas fueron las declaraciones del conseller como que no generaran un inminente rechazo y sentimiento de vergüenza en los partidarios de la causa, que le mostraron mayoritaraiamente su apoyo a través de internet.
El confinamiento empieza a dar sus resultados y no sólo en forma de remisión de la pandemia. La propagación del virus provinciano, el delirio de la enajenación, los fantasmas que toman cuerpo durante los encierros prolongados; el sueño -Goya lo dice- que engendra monstruos, aunque nunca tuvieran la razón.
También con ello teníamos que contar, supongo, aunque he de confesarles que nunca pensé que determinadas líneas fueran a ser traspasadas, como la de Buch ayer, y la de toda su caterva. Si de un lado esta crisis ha sacado lo mejor de una sociedad que se ha unido para frentear la adversidad, y está siendo paciente y solidaria; del otro, como era de prever, ha agravado las patologías que previamente existían y hoy, cualquier catalán equilibrado, por contrario que sea a cualquier forma de socialismo, se siente aliviado por el Gobierno, aunque sea este gobierno.
Imagínense cómo estamos. Quim Torra, en su enfermiza obsesión por achacarle cada cadáver al «Estado español», vive completamente ajeno a la realidad económica, que es la realidad de la vida, exigiendo confinamientos surrealistas, y esperando como un conde Drácula las cifras de muertos del día por ver si le dan una excusa para acusar a España de genocida.
Algunas noches me despierto sobresaltado y por unos instantes pienso como Pery que «esto es mentira». Pero no: esto es Cataluña.
Salvador Sostres ( ABC )