Está a punto de llegar la Navidad, que para los católicos es el día en el que un tal Jesús nació en Belén y, para los que no se sienten identificados con ese evento histórico supone una coartada para reunirse con la familia o los amigos en una cena especial, amable y cariñosa, porque por alguna razón que flota en el ambiente, esa noche casi todo el mundo desea Paz a los hombres de buena voluntad.

No es poca cosa porque la paz es una sensación que reconcilia a la gente, y la buena voluntad, hoy en día tan escasa, es imprescindible para superar las diferencias que existen entre las personas que poblamos este mundo en guerra emocional.

Dicen que a la gente que va siendo mayor le falla la memoria, pero yo conservo en mis recuerdos una etapa en la que una noche como la que está por venir en unas horas, se hacía una tregua, todo el mundo llegaba a la cena bien vestido, limpito y con excelente humor, evitaba hablar de asuntos que pudieran herir la sensibilidad de los demás y al final comprobábamos que existía un día en todo el año en el que la tregua resultaba posible.

Por eso creo que merece la pena individualizar los buenos deseos y enviar de forma personalizada unas palabras de afecto a la gente que queremos, porque así no nos pareceremos a los comerciales de las empresas o de la política, que en vez de felicitarnos intentan vendernos su propia imagen, que hiede a falsa por más que se disfracen de Papá Noel o de pastorcillo.

No debería influir en nuestro estado de ánimo la mala follá de los personajes más egoístas, mediocres e irresponsables de nuestra política, y menos aún en estos días en los que tradicionalmente hacemos una excepción para que todo salga bien, rodeados de la gente a la que amamos

A mí se me ocurren algunos caprichos como son la tolerancia, la solidaridad con los que lo pasan mal, y el deseo de que descienda el número de úlceras de estómago entre quienes no aguantan a los que piensan sin pedir permiso.

Diego Armario