VENGANZA CATALANA

Tenía que ocurrir, y lo único extraño es que haya tardado tanto, pero las cosas del querer llevan su tiempo. Aunque, cuando estallan, se llevan todo por delante. Me estoy refiriendo, como muchos de ustedes habrán adivinado, a la oleada de protestas que barren Cataluña. Que ya no son las de los Comités de la Defensa de la República ni las multitudinarias contra España, pero significan mucho más. Por lo pronto, las protagonizan funcionarios de la Generalitat contra ella.

Y no los minoritarios, sino los más importantes: el entero cuadro de enseñanza, desde la elemental a la superior; la sanidad pública, desde especialistas a atención primaria; el parque de bomberos, que fue el más activo en pro del referéndum ilegal, e incluso los mossos, que se disponen a unírseles. Da la impresión de que el funcionariado catalán, o al menos el segmento más en contacto con la gente, se ha plantado ante su Gobierno.

Todos piden lo mismo: fin de los recortes, recobrar lo perdido (a algunos les deben incluso pagas extras), más personal, mejor equipo y más tiempo para atender al público. Justo lo que no ha hecho el Gobierno no ya de Torra, sino de Puigdemont, Mas y todos los antecesores desde que Jordi Pujol lanzó la consigna de fer pais, mantenida hasta hoy, con el respaldo de buena parte de la ciudadanía. ¿Qué ha ocurrido para que, de repente, los elementos más dinámicos de ésta se subleven?

Se me dirá que sus reivindicaciones son legítimas, que mientras buena parte de sus colegas españoles han recuperado parte de lo perdido en la crisis, ellos siguen como estaban, incluso peor, pues la Generalitat continúa dedicando la mayor atención y recursos a crear el Estado catalán, manteniendo un gobierno en el exilio, abriendo nuevas embajadas y convocando actos reivindicativos dentro y fuera de casa. ¿Para qué? Para nada, como están comprobando.

Ésa es la venganza catalana en el 2018, la gota de agua que ha derramado el vaso de la paciencia de médicos, enfermeros, docentes, bomberos, mossos y funcionarios que se manifiestan, por una razón muy sencilla: porque, aparte de catalanes, son españoles, a quienes cuesta reconocer que nos toman el pelo con cuentos como el viaje a Itaca de Mas, la república catalana de Puigdemont o las fantasmagorías de Torra.

Eso duele aún más que ver empobrecerse el país, unos sueldos cada vez más bajos y puertas cerradas por todas partes. Aparte ser más difícil renunciar a un sueño que a una realidad. Únicos ganadores han sido los listillos que escaparon de la quema y los favorecidos con cargos, residencias, viajes y bicocas.

Mi temor es que, visto el panorama, decidan apoyar el presupuesto de Sánchez, para poder seguir gastando con el dinero que les promete. Digo temor porque ese dinero es de todos, no de nadie, como dijo la vicepresidenta. Lo que significaría tener que seguir escuchando sus ideas peregrinas y sufriendo los malabarismos de su jefe.

José María Carrascal ( ABC )