
No es un error, es una vergüenza. Tal vez incluso una traición, en sentido lato, en la medida en que el propio Gobierno entrega a los enemigos del Estado la cabeza de la alta funcionaria encargada de vigilarlos.
Y desde luego una infamia porque la directoria del CNI se ha limitado a cumplir el encargo recibido con máxima eficacia.
Sánchez no puede fingir ignorancia: los objetivos y la estrategia del aparato de inteligencia los fija por escrito una comisión delegada en la que el presidente tiene la última palabra.
Fue él quien ordenó o autorizó el seguimiento a los independentistas, e hizo bien porque protagonizaban o promovían una revuelta contra la convivencia cívica, pero como hasta el bien lo hace mal ha acabado arrepentido de una de sus escasas ideas positivas.
Ignacio Camacho ( ABC )