VIOLENCIA MENTAL

Desde que la jurisprudencia norteamericana admitió la «crueldad mental» como causa legal de divorcio, la violencia no quedó restringida al uso de la fuerza física, para desparramarse por acciones más sutiles y perversas. ¿Recuerdan «Luz de gas», la película en la que el marido, Charles Boyer, intenta enloquecer a su esposa, Ingrid Bergman, para deshacerse de ella? Pues violencia es eso y mucho más, dado que la maldad humana alcanza límites inimaginables.

Vienen estas consideraciones a propósito del debate de si hubo violencia en el último intento de declarar una República catalana por parte de aquel independentismo, que significaría el delito de rebelión. Se la define como «el alzamiento público contra los poderes del Estado» y la jurisprudencia exige «portar armas u objetos peligrosos».

Los acusados y sus defensores alegan que lo que se produjo fue una manifestación popular amparada por el derecho a la autodeterminación, donde la única violencia estuvo a cargo de las fuerzas de orden público, que cargaron contra ciudadanos desarmados que deseban expresar su voluntad democrática.

Quienes hemos visto las imágenes de lo ocurrido y escuchado a los testigos de los eventos, tenemos dificultad en aceptar tan idílico cuadro. He visto lanzar barreras metálicas contra policías, a guardia civiles en el suelo pisoteados y coches-patrulla para el desguace.

Hemos oído a una secretaria judicial describir su pánico en las oficinas que registraba por orden de un juez, rodeaba por una multitud ululante. Hemos escuchado a los mandos de las fuerzas de orden coincidir en que los mossos no sólo no cumplieron las órdenes de impedir un referéndum ilegal, sino obstaculizaron que las fuerzas de seguridad estatales lo hiciesen. Como excusa los mandos catalanes alegan que hicieron lo que pudieron para evitar que la cosa fuera a mayores. Como si hubiera algo más grave que saltarse la Constitución y las sentencias. Pero eso es lo que ocurrió y hay abundantes pruebas de ello.

Iría más lejos. El hecho de que la citada secretaria judicial pidiera que su imagen no se mostrara (aunque apareció de inmediato en las redes sociales. ¡Y luego presumen de jugar limpio!) advierte que, junto a la violencia física de aquellas jornadas, en Cataluña existe una violencia mental, inmanente, contra todo lo español, diría incluso contra todo lo que no sea catalanismo militante.

Los escarches, pintadas, actuaciones y vacío hacia personas y entidades no independentistas lo demuestran. Y eso, sin que el secesionismo haya conseguido, en décadas de mentiras -empezando por «España nos roba», estando sus dirigentes entre los mayores ladrones, falsedades históricas, apropiación indebida de personajes y falsas promesas- no ha conseguido mayoría entre los catalanes.

Sería la mayor de las paradojas que este juicio, en vez de llevar a la independencia de Cataluña, deje al descubierto la gran mentira que esconde, a cargo de personajes tan ambiciosos como incompetentes. Por lo pronto, el delito de rebelión vuelve a planear sobre sus cabezas. Y ya no sonríen, ni ellos ni sus abogados.

José María Carrascal ( ABC )