
Pocas cosas -o ninguna- existen sobre las que podamos emitir un juicio sincero, pues en casi todas tenemos algún interés. Y en la propensión negativa o positiva hacia algo perdemos parte de nuestra hipotética objetividad. Pero hay intereses plausibles y hay intereses espurios y, en este sentido, cada uno de nosotros sabe cuál es la idea que gira en su cabeza, y qué causa la mueve.
Por mi parte, sé que VOX no es un partido perfecto, como sé que más allá de los infames frentepopulistas que no dejan de criminalizarlo, una pequeña parte de la España crítica se halla empeñada en buscarle defectos; pero defectos se encuentran en todas las cosas -también el franquismo y la Falange los tuvo-, por bellas y deseables que sean. Y VOX, con todas sus imperfecciones, es para España, al día de hoy y guiándonos con criterio realista, la única opción social y política a corto/medio plazo.
Y no entenderlo así añade un problema más al complicado horizonte de nuestra gran nación. Porque seguir votando al PP es seguir tratando de sacar pedos a un asno muerto. Ítem más: o VOX alcanza la mayoría absoluta o no tendremos remedio en los próximos años. Y si llegado al poder nos defrauda, lo denunciaremos con rigor y entereza, como hemos hecho hasta ahora con todo lo denunciable, y seguiremos caminando hacia la dignidad y libertad que nos donó la Providencia, pues alcanzarlas en plenitud es nuestra meta.
Dicho lo anterior, no cabe duda de que VOX tiene lagunas en sus actitudes y actuaciones; por ejemplo, en sus facetas de asuntos exteriores, en su endeblez frente a las mafias judiciales, en su atonía frente a la insolidaridad e indiferencia ciudadana, en su apocamiento frente al entreguismo militar y monárquico… y, especialmente, respecto a su intermitencia o ambigüedad sobre la imprescindible batalla cultural que hay que oponer al frentepopulismo y a sus amos.
Y es aquí donde aparece en toda su magnitud esa pugna de contrarios, ya elevada a símbolo, que conocemos como franquismo/antifranquismo. Una lucha que es imprescindible resolver a favor de la verdad si queremos que España tenga futuro.
Porque ser o no franquista es una cosa, y no reconocer palmaria y decentemente las virtudes y los logros del franquismo es otra. Máxime si esto último se hace por cobardía o por cautelosas especulaciones políticas. Franco volvió a hacer de España una nación peligrosa para los intereses de sus tradicionales enemigos, que tienen bien asumido el riesgo que entraña una España libre, fuerte y unida.
Algo que no interesa a las Grandes Sectas ni a los países predominantes, porque esa energía no es sólo ni sobre todo material, sino espiritual. Un espíritu ecuménico, abierto, enfrentado al pensamiento protestante, al sectarismo de cualquier orden y color, a los pactos y negocios de las potencias, al oscurantismo de las poderosas fraternidades.
Pero España no sólo debe preservarse de sus enemigos exteriores, también de los que medran en su seno, parasitándola y mancillándola mediante latrocinios sin cuento y propaganda hispanicida; esbirros o lacayos, la mayoría, de las Grandes Sectas.
Mientras Franco enalteció a su patria, los representantes de la Corona que él reinstauró -algo que no le perdonan los propios beneficiados- la están dejando irse por las alcantarillas. Sin embargo, VOX elogia a esa Monarquía frágil y disolvente, mientras silencia o ningunea al franquismo integrador. Algo incomprensible no sólo para sus votantes más críticos, sino sobre todo para la verdad histórica.
Para ser creíble por quienes lo votan, VOX debe doblegar necesariamente la turbia atmósfera antifranquista que nos envuelve, el discurso demagógico de las izquierdas, y de sus cómplices, sin complejo alguno, con absoluta convicción. Y doblegarlo, además, siendo consciente de que esas izquierdas odian a Franco en su totalidad, de lo cual ha de sacar sus conclusiones y actuar en consecuencia.
Si repetir hasta la náusea una mentira hasta transformarla en supuesta verdad es, en la propaganda frentepopulista y globalista, la técnica esencial, VOX no debe dejar de repetir una verdad incontrastable: el odio, la mentira y la perversión social y administrativa de quienes nos han traído hasta aquí, todos ellos, repito, antifranquistas.
Como debe repetir en cada ocasión oportuna que el franquismo elevó a España hasta la octava potencia mundial desde las ruinas que dejaron el odio y la barbarie de los demócratas. Y si es necesario, que lo es, deberá enumerar todos y cada uno de sus logros: militares, políticos (externos e internos), sociales, educativos, económicos…
Y no se trata de defender el franquismo para volver al franquismo. Se trata de reconocer nuestra historia, en este caso unos tiempos fructuosos de cuyas rentas aún nos mantenemos; se trata sencillamente de hacer justicia y de valorar lo bueno, y de hacer ver, por simple deducción, que los monopolizadores de la opinión que calumnian a Franco son la peste.
Se trata de decir, parafraseando a Peter Drucker, que el izquierdismo anclado en el resentimiento, más allá de una ideología fallida y catastrófica, pasará a la historia como la suma de los pecados capitales del odio y de la envidia, la excusa del fracasado, del rencoroso y del tirano.
Los izquierdistas resentidos y sus cómplices, todos ellos antifranquistas y profanadores de tumbas, son seres aprovechados que disfrutan de una vida fácil a expensas del hambre, la miseria, la ignorancia, la vileza y el sufrimiento del pueblo.
En esta hora se necesitan políticos responsables que hablen con gravedad, poniendo a España por encima de la política, como hizo Franco, que los derrotó, desenmascarándolos. Políticos que nos hagan sentir el orgullo de ser españoles, de un pueblo que, a lo largo de la historia, ha dispersado su grandeza por el resto del mundo.
Si VOX cae en la trampa de las especulaciones en que suele enredarse la casta política y abandona la defensa de España y de los españoles, algo que nunca hizo Franco, habrá dejado de ser un referente político para quienes aspiran a ser siempre ciudadanos libres.
Y no importa tanto que le vaya a VOX mal o bien como partido con una estrategia de chalanes, sino que le vaya mal o bien a su supuesta meta, en la que todavía muchos seguimos creyendo: la defensa de la libertad y de la razón, además de la unidad inalienable de España.
Jesús Aguilar Marina ( El Correo de España )