Ayer, se cumplió justo un año de cuando el cielo descargó su furia sobre Valencia.
Un torrente de agua, viento y desesperación se llevó vidas, hogares y esperanzas. Fue la DANA, un fenómeno natural inevitable… pero lo que vino después no lo fue. Lo evitable, lo que duele todavía, fue la inacción, la indiferencia y la descoordinación política que amplificaron la tragedia humana.
Ayer, en este fatídico aniversario, las lágrimas no se han secado. Ni las del cielo, ni las de las familias que siguen esperando respuestas.
Porque cuando la naturaleza golpea, el alma duele; pero cuando la política falla, la herida se pudre. Solamente se salva la actuación de los voluntarios civiles y sus cadenas humanas, demostrando que: el pueblo salva el pueblo.
El acto conmemorativo de ayer por la mañana fue una mezcla amarga de duelo y desencanto. El presidente Mazón tuvo que escuchar de los familiares una retahíla de insultos, fruto no de la falta de respeto, sino del exceso de dolor. Dolor que no entiende de protocolos ni de discursos oficiales.
Dolor que grita porque lleva un año esperando que alguien escuche.
Mientras tanto, en el Congreso, el Gobierno decidió hacer su propio homenaje al silencio.
Ni una respuesta a las preguntas del Partido Popular sobre lo ocurrido aquel fatídico día.
Ni una palabra para los que aún buscan justicia o al menos un gesto de empatía.
Eso sí, las respuestas para sus socios de gobierno han fluido sin problema, amparadas en la excusa de que “hoy no era el día”.
Curiosa paradoja, hace justo un año, sí era el día para no suspender una sesión que permitió aprobar el control de RTVE, aunque medio país lloraba bajo el agua.
Hoy, las flores en los lugares donde el agua arrasó contrastan con la frialdad institucional.
El barro ya no se ve, pero sigue impregnando las conciencias.
El lodo no está en las calles, sino en la memoria de quienes vieron cómo la tragedia se convertía en escenario político.
Un año después, seguimos esperando que el poder recuerde que gobernar no es mirar al cielo buscando culpables, sino al suelo, donde yacen las víctimas del abandono.
Porque la DANA fue una catástrofe natural… pero la desidia fue, y sigue siendo, una catástrofe humana.
Salva Cerezo