El juez Leopoldo Puente ha mantenido ocultas carpetas sensibles sobre la vida de José Luis Ábalos que solamente pueden consultar las partes personadas en el proceso y que contienen información sobre orgías del exministro y el uso de sustancias excitantes como la Viagra.
Existe una fina línea entre el interés legítimo de estas informaciones y la tentación de obviarlas en el caso de que un medio como este periódico las pueda considerar parte de la vida privada de una persona, una materia que merece así mismo una censura también privada y, por lo tanto, no deberían exponerse y ser motivo de un injusto escarnio.
En este caso, la tensión que afecta a la decisión transita entre dos polos. El primero consiste en entender que el consumo, por ejemplo, de Viagra, por parte de un ciudadano, un hecho que puede constituir sencillamente un tratamiento médico, concierne solo a esa persona.
O que de la vida sexual o sentimental más o menos disolutas por la que se conduce debería dar explicaciones a sus seres queridos y no al resto de la ciudadanía que debiera mantenerse ajena a ella. Desde este acercamiento, la prensa no debería hacerse eco de estos detalles que deberían seguir siendo privados en cuanto no son competencia del público general.
Cabe preguntarse a estas alturas del proceso, y sabiendo que Ábalos no retiró de un cajero dinero en efectivo durante años, cómo se pagaron todos aquellos excesos por mucho que, efectivamente, a efectos legales sea tan grave robar presuntamente para organizar orgías y mantener prácticas estructuralmente prostibularias que guardar el dinero ilegalmente obtenido en un cajón.
Los detalles de la organización de las francachelas que aparecen en los informes también pueden resultar trascendentes pues cabría preguntarse si entre las labores de un asesor del ministerio como Koldo García estaba el conseguir sustancias que permitieran al ministro encarar sus empresas amatorias y si puede considerarse un servicio al Estado la contratación de mujeres para conceder favores sexuales en determinadas fiestas.
La respuesta es, naturalmente, que no, y poco a poco se van dando razones para la revelación de toda esa información por comprometedora que sea para el propio personaje.
ABC