Dicen los clásicos: “Cuando las barbas del vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar”. Pero parece que nuestros gobernantes han cambiado la receta: mejor no remojarlas, sino perfumarlas con colonia de lujo, de esas que pagamos todos.
Nepal en las calles, Francia en pie de guerra… y aquí seguimos, con cara de “todo bien, gracias”. La receta del feudalismo político del siglo XXI es digna de un chef con tres estrellas Michelin:
Impuestos al gusto: cuanto más, mejor. Deuda pública infinita: porque nada dice “responsabilidad” como hipotecar a tres generaciones “por su bien”. Y para rematar un discurso paternalista: un “ya lo decidimos nosotros por ti” que suena tan dulce como un arrullo, mientras ellos se abanican con nuestros billetes en el palacio de turno.
Eso sí, todo envuelto en la etiqueta mágica de la política moderna de “es por vuestro bien”. Que suba la energía, que suba la cesta de la compra, que suba la deuda… pero tranquilo, querido ciudadano, porque el político de turno te lo explica con sonrisa de anuncio de dentífrico: “Estamos protegiéndote”.
El problema es que la paciencia social no es infinita. Y cuando el hartazgo rebosa, ni el mejor eslogan sirve de tapón. Lo de Nepal y Francia no son capítulos aislados, son trailers de una película que amenaza con estrenarse en todos los cines del planeta.
La violencia nunca será la solución, pero la pregunta incómoda queda en el aire: ¿logrará la razón imponerse al hartazgo? O seguiremos en la versión actualizada de la caverna de Platón, mirando las sombras del poder en la pared mientras los de arriba descorchan champán a nuestra salud.
Al final, lo mismo nos toca poner las barbas en remojo… pero con agua caliente, porque viene tormenta y no parece que nadie se haya molestado en preguntar si estábamos de acuerdo en mojarnos.
Salva Cerezo