No acostumbro a lamentar las desgracias que le suceden a quienes se dejan manejar por sus parejas, sus amigos o los políticos a los que votan. Creo firmemente que este tipo de infelices no hacen nada por liberarse de la maldición que les persigue.

Tengo algún conocido o conocida que trabaja gratis en el reconocimiento de sus propias limitaciones porque han asumido voluntariamente la maldición del adicto a la estupidez ajena.

Si al menos cobraran por blanquear la porquería de quienes les engatusan podría entenderlos, pero se han autoseleccionado para navegar por los caminos que nunca les conducirán al encuentro de una sonrisa prometedora y mucho menos de un justo cabreo compartido,  porque ese desahogo es pura vida.

El problema de esos zombis entregados a su estafador es que no saben cómo liberarse del garabato que han escrito ni por qué. Admiten que a lo largo de su vida han sido engañados por los suyos y… por los otros, y su inútil consuelo les lleva a decir “es un hijo de puta, pero es mi hijo de puta”.

Reconozco que no tengo a ningún hijo de puta fijo al que votar, pero los distingo perfectamente, y el que nos ha tocado en esta temporada tiene andares de chuloputas , carece de amigos,  se basta a sí mismo, no siente ni frio ni calor y vendería la  última botella de Coca Cola en el desierto a quien estuviera decidido a matar a su rival.

Antes de espicharla nos merecemos mirarnos al espejo y decirnos a la cara que nunca hubo un buen vasallo que sirviera a un mal señor, y a continuación deberíamos renegar de un Satanás, de sus pompas y sus obras, sabiendo que fue un tipo sin alma al que algunos rindieron su triste vida.

La culpa de todo esto la tienen los poetas cuando callan, cuando no se rebelan o se conforman con escribir con desgana un mal soneto.

Se ha abaratado demasiado el valor de lo que hubo en tiempos mejores y habrá que recuperarlo.

Diego Armario

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 09/01/2025

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