El cenetista libertario Benigno Mancebo, sometido a juicio en 1940 por sus criminales responsabilidades como integrante del Comité Provincial de Investigación Pública y de la checa de Bellas Artes/ Fomento, donde estaban representados todos los partidos y sindicatos del Frente Popular, manifestó: “la Revolución no se hace con agua de rosas”; ciertamente, su camarada de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), Abad de Santillán, en su libro “Por qué perdimos la guerra”, ya señalaba que lo ocurrido en las checas de la España republicana cuesta trabajo creerlo.
De igual modo que la Revolución Rusa, a diferencia de la francesa, comenzó con el terror, la revolución del Frente Popular de la II República, también dio sus primeros pasos amparándose en el terror y con el inestimable auxilio de las hordas milicianas dando rienda suelta a sus más bajos y criminales instintos.
Rendían culto al viejo y temible dios griego, Pan, símbolo de las fuerzas desatadas y destructivas ante las que el hombre ha de resguardarse si quiere mantener intacta su salud mental o integridad física.
Había llegado el día de la revancha; su odio a toda superioridad se coronaba, no con el laurel de la victoria, sino con la corona de espinas incrustada a la fuerza sobre la mitad de las cabezas de los españoles, materializándose esa orgía criminal con la huella dibujada en la tierra a través de las alpargatas, lo cual no era óbice para que interiorizaran y se vieran a sí mismos como advenedizos señoritos viciosos y fieles adoradores de Baco y Venus.
Renacía en el hombre el instinto depredador y asesino, brillaba la ignorancia y relucía la envidia atávica tan cultivada y abundante en su hábitat de leprosería moral.
Tiraban arbitraria y gratuitamente por la borda todo un pasado, las tradiciones, las leyendas, la familia, los usos, las costumbres, la nostalgia individual y colectiva; en definitiva, la Historia y los recuerdos de cada uno de los ciudadanos libres de la sociedad.
Toda esta tragedia se desarrollaba con una actitud connivente de una buena parte de las instituciones gubernamentales republicanas, de un gobierno débil y bolchevizado incapaz de dominar el desconcierto de los apetitos y pasiones de la plebe.
En nada se podía asemejar al principio aristocratizante, a la cabal y natural idea difundida por Ortega y Gasset de una organización política basada en la jerarquía, el mérito, el respeto, la propiedad y la libertad, sin denostar ni denigrar la posibilidad de reconocer la evidente diferenciación regional, pero sin cobardes y partidarias concesiones al separatismo.
Sirvan estas reflexiones para advertir que la existencia de España está puesta en entredicho, de que a nuestro modo de vida lo están dinamitando, de que España se encuentra en un proceso de destrucción, de inminente peligro de extinción consensuado y programado desde el mismo gobierno de la Nación, desde idénticas fuerzas a las que conformaron el Frente Popular del 36.
El problema que se nos presenta no es si unos partidos buscan o pretenden tener un predominio sobre los otros, no, el problema se plantea en otros términos, que no son otros, que la eliminación de las esencias mismas de España, de su supervivencia, de la pretensión histórica de obligarnos a cambiar un régimen de libertad y unidad por un pretendido y falso modelo de progreso, casposo y dictatorial que lleva aparejado el robo y expolio de nuestra propia alma y espíritu nacional, de nuestros recursos económicos y de nuestra permanente demanda de libertad.
De igual modo que para los bolcheviques el terror no era un arma defensiva, sino un instrumento de gobierno, el Himalaya de mentiras producido por la fábrica socio-comunista y sus socios no deja de ser más que una forma resuelta e intencionada de inocular a la opinión pública una dosis anestésica que impida y paralice la posible reacción del cuerpo electoral, además de sumir al potencial elector en un laberinto falsificador de la verdad, de la incertidumbre, desconcierto y la confusión.
Todo esto, complementado con un proceso de agitación y propaganda(agitprop) difundido por los medios afines o los mismos partidos involucrados, con el resultado de concluir con una especie de “lobotomización” social que repercutirá en las urnas y en el renacimiento de los instintos más sectarios y perversos del hombre, al objeto de constituir y organizar una “reserva” estratégica para su empleo en circunstancias especiales.
En efecto, la revolución en la actualidad española no se hace ni con las checas, ni con el agua de rosas, ni tan siquiera con los descontrolados y crueles milicianos, el espíritu revolucionario se hace patente, toma carta de naturaleza, es tangible en el modo de plantear el ridículo y mamarracho feminismo radical, en la forma fanática de entender e interpretar los procesos climáticos y de conservación de la naturaleza o en la ciega adhesión a los objetivos que preconiza la utópica e inalcanzable agenda 2030, muy en conformidad con la idea globalista internacional impulsada por los grandes capitales.
Todo ello sazonado con los separatismos territoriales, la “dignificación” y normalización del terrorismo de décadas, la corrupción y el asalto a las instituciones, tomando especial relevancia la politización sectaria y el ataque a la independencia del Poder Judicial.
La Historia nos dio una lección en su momento que no debemos olvidar: “Cuando el pueblo entendió la defensa de su propia sustancia y el evidente peligro de su propia existencia de una manera indiscutible y terminante, el pueblo no pereció ni España tampoco”
Por tanto, es exigible que cuando el peligro es inminente y acecha en la cercanía, la neutralidad de los españoles y de sus instituciones es rechazable y no tiene ningún sentido.
Antonio Cebollero del Mazo