Cada vez que alguien la palma – entre guerras, crímenes infartos y discusiones – es el fin del mundo para el que se va, y tengo la intuición de que, si alguna vez la vida en la tierra desaparece y echa el cierre definitivo, será un momento en el que reine la paz, y la justicia haya puesto a cada uno en el sitio que le corresponda.
Creo que esta historia de logros y fracasos, de amores y de odios, de momentos de felicidad y de tristeza, de cutrerío y excelencia, merece un final feliz en el que el encargado de echar el cierre no tenga las manos mancadas de sangre y la justicia triunfe sobre los restos del mal.
Parece una utopía, pero sueño con que la historia de la humanidad no puede cerrarse con un coito interrumpido, una borrachera de garrafón, una epidemia de mediocridad, el triunfo de los babosos, el discurso de los ignorantes o la mentira sostenida hasta en sus últimos estertores por un mediocre con odio.
No es posible que los que vivan por entonces en el planeta tierra, hayan olvidado a los filósofos griegos, a los héroes de las batallas que se ganaron a favor de la humanidad, a los científicos que descubrieron cómo curar las epidemias y a la gente normal que siempre supo amar.
Llevo años escribiendo y alternando historias inventadas con crónicas en las que cuento lo que he vivido y, mientras miro de reojo cómo una panda de gente sin sustancia pretende contaminar los logros del pasado con sus luces y sombras, recupero la esperanza de que una historia de milenios no puede tener como colofón un balance protagonizado por los seres más despreciables de este momento histórico en el que una de las peores generaciones de dirigentes mundiales están a los mandos del desastre.
Estas palabras suenan a un mensaje póstumo son un brindis a la esperanza, pero también tienen un fundamento que históricamente se ha demostrado veraz: este mundo no puede estar condenado al fracaso. La humanidad no puede cerrar su ciclo a la baja. La supervivencia funciona porque en el camino se quedan los malvados que odian por miedo y por eso son los más débiles frente a la gente que crea en vez de destruir.
La amenaza de una guerra global no detiene la oportunidad de un final feliz para la humanidad.
Quiero pensar que el mundo antes de acabarse volverá a ser la utopía de un lugar en el que merece la pena vivir después de la broma de mal gusto que nos están gastando los que representan la zurrapa de la mediocridad infinita. Por eso reivindico el deseo de Sabina que canta que «·el fin del mundo te pille bailando… como mal menor.
No sé si alguna vez será verdad o solo una inútil ilusión lo que he escrito, pero si al final fuera cierto que volveremos a vernos, será el momento de discutirlo civilizadamente.
Diego Armario