El odio es una pasión del alma. Un sentimiento que hace daño a quien vive en un estado de rechazo insoportable hacia otra persona, una muestra de debilidad, una obsesión enfermiza y un desahogo contra la frustración.
En España el odio está regulado como delito con una exhaustiva relación de supuestos penales que le sirven de coartada a algunos políticos, conocidos odiadores como Pablo Iglesias, que pretenden que se persiga por ese concepto a quienes piensan de forma diferente a la porquería que bulle en su cerebro.
Iglesias es un odiador fracasado, un macarra del pensamiento, un chulo antifeminista, un agitador de la porquería que pasa por su cabeza, un chantajista cobarde, un matón de taberna y un socio de los más repugnantes dictadores , desde Caracas a Pekin. Solo admite fanáticos en su club, llama a la violencia y señala como objetivos a ciudadanos que no son de izquierdas.
El que fue vicepresidente del gobierno y ahora ya se cambia de camisa y ropa interior, está haciendo un llamamiento a la violencia contra los fachas, concepto en el que incluye desde antiguos intelectuales de la izquierda que disienten de lo que está haciendo Pedro Sánchez, a moderados políticos del centro derecha, y ese mensaje se lo ha comprado la chusma de periodistas del régimen que le hacen el trabajo sucio al marido de Begoña.
La izquierda no democrática históricamente se ha alimentado de los mensajes de odio entre clases, y por eso gente como Pablo Iglesias, Pedro Sánchez o Zapatero ( el que le decía a Iñaki Gabilondo “ nos conviene que haya tensión”) trabajan en dos proyectos vitales para sí mismos: seguir enriqueciéndose gracias a sus amigos los dictadores y fomentar el odio de los pobres de la tierra que no llegan a fin de mes.
Diego Armario