William Shakespeare tenía un buen olfato, una importante nariz y una capacidad de observación propia de un sabueso para oler a podrido allá donde la corrupción política campaba a sus anchas.
En España el olor es imparable. Quizás habría que decir que la sucesión de corruptelas no ha cesado desde el caso de Juan Guerra, pasando por el tres por ciento de las mordidas del Pujol, los eres de Andalucía, la Gürtell, los sindicatos, y el colofón de las mascarillas con los amigos de Pedro Sánchez.
Resulta patético que las chip leaders de Pedro Sánchez, en un ataque de histeria gritona colectiva estén vomitando acusaciones, en este caso infundadas, contra la oposición del PP, que en su momento robó lo suyo pero en el caso de las mascarillas están limpios de polvo y paja por mucho que los chorizos los coros y danzas de Sánchez no paren de escupir hacia el cielo porque los lapos caen en sus rostros.
Cada vez que un partido político roba debe ir a la oposición y hacer penitencia durante una legislatura, y ahora le toca a los corruptos de Pedro Sánchez y señora, Paquita Armengol Armengol y Abalos y su muy mejor amigo Koldo el macarra, y los que están por salir. La corrupción es un delito de personas no de partidos políticos
Los socios de Sánchez, nacionalistas catalanes y vascos, gente de Sumar y restar y otros especímenes alérgicos al aseo personal, callan como barraganas, porque lo que les une es el delito ya sea de sedición o de latrocinio.
El patetismo de los siervos de la gleba de Sánchez les lleva a repetir incansablemente que los corruptos no son ellos sino los de enfrente, cuando el historial de desvergüenza de los que ahora les toca redimir culpas lidera el ranking.
Algo huele a podrido en el gobierno de Sánchez, pero no parece estar preocupado porque le entretiene la comisión de supuestos delitos mayores para satisfacer a Puigdemont, otro corrupto que le tiene agarrado por salva sea la parte.
Diego Armario