Parece que en Bruselas han decidido que el 2035 está a la vuelta de la esquina y que no hay tiempo que perder para tirarlo todo por la ventana. Y cuando digo todo, hablo literalmente: motores, talleres, empleos, sentido común… y, de paso, un poquito de soberanía industrial europea. Total, ¿para qué pensar si ya lo hace la Agenda 2030 por nosotros?
La Comisión Europea ha decidido revisar antes de tiempo su reglamento estrella, ese que prohíbe la venta de coches con motor de combustión a partir de 2035. ¿Motivo? Revisar los e-fuels, los biocombustibles y, por qué no, hacer un guiño a los que todavía creen que la física y la economía deberían tener algo que decir en todo esto.
Pero tranquilos, que Italia ya ha levantado la mano diciendo que los biocombustibles son sostenibles. Claro, como si decir “eco” tres veces con los ojos cerrados convirtiera el gasóleo en néctar de flores.
Mientras tanto, China se frota las manos. Tiene más de 100 marcas de coches eléctricos listas para desembarcar en Europa. Ellos fabrican, nosotros subvencionamos y, al final, acabaremos comprándoles hasta los enchufes. Qué curioso que la “transición ecológica” parezca más una “transacción económica”.
Y mientras los burócratas brindan con vino orgánico en copas reciclables, nadie responde a las preguntas básicas:
¿De dónde saldrá tanta electricidad? ¿Qué red soportará millones de coches recargando a la vez? ¿Quién pagará las baterías que, si se calientan más de la cuenta, pueden acabar ardiendo como una falla valenciana?
Ah, pero no pasa nada. Lo importante es cumplir con el ideal de la Agenda 2030, aunque para llegar al futuro tengamos que pasar por un apagón general.
Nos venden progreso, pero lo que nos están sirviendo es dependencia tecnológica.
Y como buenos europeos, aplaudimos mientras lanzamos la casa, el garaje y el taller por la ventana, confiando en que alguien nos construya otro mundo más “verde”, aunque venga pintado con los pinceles rojos del dragón asiático.
Salva Cerezo