Aquel hombre -aquel grupo o partido político- decía cosas como éstas: «No me canso de hacer promesas a mi prójimo, porque el prometer cae simpático y no arruina al prometedor. En promesas soy millonario».
Cualquier debate parlamentario, tal, sin ir más lejos, los actuales debates de investidura, son monótonos y repetitivos -salvo una pequeña parte del discurso de VOX- y sirven para reactivar asuntos e ideas y para recordar realidades.
Por ejemplo, que, en la existencia, y más aún en la política, triunfan a menudo los más deshonestos y vulgares; que saben muchos ofender, pero pocos disculparse; que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra; que los unos por ignorantes, los otros por arrogantes, y todos por sectarios y codiciosos, no da en el blanco ninguno; que poco valen las verdades en las bocas mentirosas, o que es necedad dar crédito al mentiroso.
Ante los últimos acontecimientos, coloquios y discursos debidos a dichas investiduras, se reincide en el engaño, es decir, en el error, pues todo son promesas y divinas palabras. No hay tribuno, disertador, catequista o mero parlanchín que no nos diga que con él viene la luz.
Pero los españoles de bien siguen sin ver nada que no sean tinieblas. ¿Dónde colocan esa luz? ¿No se ha hecho la luz para ponerla sobre el candelero? Pues no. La guardan dentro del armario o la colocan debajo de la cama. Y ello es así porque a nuestra oligarquía le conviene que todas sus actuaciones sigan ocultas, y no sean descubiertas; que nada de los horrores escondidos se pongan en claro.
Y ahora hemos tenido la prueba de ello, pues precediendo al acto principal, las venerables momias de la nefasta Transición, tanto del PP como del PSOE, han salido a pasear tras colocarse la máscara de la santa indignación. Con la nariz de Pinocho, sin actos de contrición ni cantos de palinodia, subieron al proscenio tratando de blanquear los delitos cometidos durante casi cinco décadas, y de enaltecer el asimétrico bipartidismo democrático imperante en ésta, germen del lodazal que nos asfixia.
Lo que nos muestran y describen los partidistas activos y pasivos de la Transición, con sus despojos momificados y sus embalsamadores paseando por asambleas, conferencias y cenáculos al uso, no es un amor democrático desinteresado ni veraz, ni mucho menos albergan en su seno una política patriótica, sino un tráfico, como siempre lo han hecho, ya que de lo que tratan es de acudir a cualquier provecho, porque siempre han andado y andan mirando qué intereses deben conservar y qué ganancias pueden y podrán realizar.
Tratando en definitiva de hacer creer al gentío que ellos, los sembradores de la cizaña que hoy brilla bien crecida, no aceptan el fruto que cultivaron y esparcieron. Porque, ante el sideral escándalo que supone la programada amnistía sanchista y en previsión de un hipotético despertar ciudadano, de una rebeldía cívica, lo que pretenden es disimular, ya que ni siquiera van a intentar cambiar algo baladí para que no cambie nada sustancial.
Se intenta, pues, proteger el Sistema por todos los medios y conservar los beneficios alcanzados gracias a él. Algunos, incluso, no se preocupan de disimular y pierden toda sutileza, como ocurre con los medios de masas y sus especialistas, de tal manera que la información, junto con otras manifestaciones intelectuales, artísticas y literarias, se nos revelan siempre como difusoras de las ideas del Gobierno o de sus grupos de presión y de sus cómplices.
Todos estos taxidermistas y sus productos, que se aplican intensamente en la preservación de las prerrogativas conseguidas a costa de su patria, son esbirros de la plutocracia globalista, es decir, hijos del diablo, ansiosos de cumplir los deseos de su padre, el magnificente NOM.
Él fue homicida desde el principio, y nunca se ha mantenido en la verdad, pues no hay verdad en él. De ahí que cuando todos los expertos de la cosa, con sus mandarines y pistoleros, dicen mentira, están hablando según su propia naturaleza, porque, como nos advierte el evangelio de Juan, no puede ser sino mentiroso el padre de la mentira.
Por eso todo lo que tocan y dicen, aunque sea dulce y venerable, lo convierten en veneno, y no es la esperanza de llegar a condición menos miserable lo que les mueve, sino el de hacer desdichados a sus semejantes en lo contingente y tan desgraciados moralmente como lo son ellos, gracias a su ilimitada codicia. Lo que únicamente satisface su maligno anhelar es la destrucción, sobre todo si esta les resulta lucrativa.
Pero como hay personas a quienes el mundo acepta, pese a no tener otros méritos que aquellos vicios que sirven para el más abyecto comercio de la vida, el problema de España consiste en que estos demonios son apoyados por millones de individuos. Y así, la fortuna y el capricho en su versión diabólica nos llevan gobernando casi cinco décadas, mientras sus amos tratan de gobernar el mundo.
Porque tanto los demontres como quienes los ponderan y ratifican, se significan por odiar a la virtud y a quienes la practican, y con ello no hacen nada nuevo, pues la historia de la humanidad no ha dejado de documentar su existencia y sus crímenes. Y odiar y atacar a la virtud, como observó Séneca, es renunciar a la esperanza de enmienda.
En definitiva, el problema de España, como digo, se halla en los entresijos de su ciudadanía, gran parte de la cual o bien disfruta del pesebre instalado por sus patrocinadores o bien tiende a deslumbrarse con lo que le asombra. O por ambos motivos. Porque es propio de ciertos seres humanos dejarse seducir por los nerones de turno, y las deformaciones morales les atraen como el abismo al suicida. Y cuando se detienen a examinar a los grandes culpables, si es que alguna vez lo hacen, verifican, en el horror que el monstruo les inspira, muchos de los secretos de su condición y de su destino.
El caso es que la plebe se olvida de aquella sabia recomendación evangélica que aconseja arrinconar a los falsos profetas, esos que se dirigen a la multitud vestidos de ovejas, pero que tras el disfraz son lobos salvajes. Y sigue dando lo santo a los perros y echando su soberanía delante de los puercos, para que la pisoteen y devoren.
Y el caso es que nadie nos habla de esta abyección popular, que es la explicación de lo que nos acaece, la cifra que desvela el jeroglífico -tampoco VOX, que se define como la alternativa-, tal vez porque todos los que contemplan hoy el hiriente desprestigio de la patria son ojos enfermos, y todos temen al sol.
Jesús Aguilar Marina (ÑTV España)