Juro que, hasta su muerte, no sabía quién era Charlie Kirk. De hecho, cuando empezaron a saltarme notificaciones en el móvil, venía de la Diada —un pinchazo monumental— y tenía la cabeza en otro sitio. Luego, al cabo de media hora, me llegó la confirmación de su muerte. De su asesinato, para ser más precisos, porque no ha sido una muerte accidental. Lo peor —después del crimen— han sido los comentarios en las redes.
El que se lleva la palma es Ignasi Guardans que, viendo su perfil de Twitter, parece que ha hecho una evolución similar a la de Jorge Verstrynge. En su día fue, sin embargo, un fichaje estrella de Pujol para las listas de CiU en el Congreso a mediados de los 90. Cuando Pujol todavía apostaba, al menos, en teoría «por la gobernabilidad».
Además, como nieto de Cambó, le añadía lustre y apellido. Luego lo recolocaron de eurodiputado, que en general suele ser una patada hacia arriba. Porque el fichaje estuvo muy por debajo de las expectativas creadas. En un congreso de Convergencia perdió una votación sobre la Unión Europea. Uno de los asistentes a la votación me dijo que el problema es que había ido «de chulo» y tuvo voto de castigo. Fue un rapapolvo en toda regla.
Yo ya tuve algún encontronazo con él hace tiempo en las redes a raíz de la guerra de Ucrania. Me dijo que le provocaba “vergüenza”. Le respondí que, a pesar de ello, mi “respeto” por su abuelo permanecía intacto. Como no podía ser de otra manera. Uno de los pocos políticos catalanes del siglo XX que se salvan. En esta ocasión, tildó al asesinado de “desgraciado” y “tipo deleznable”. Aunque, eso sí, luego añadió en otro tuit que «nada justifica la violencia». Menos mal…
En el ranking destaca también Raúl Solís, de Canal Red: «No me alegro ni celebro la muerte ni asesinato de nadie, porque la vida humana es un valor supremo. Ahora bien, no me pidan que acuda al entierro ni rece por ningún nazi».
O el de Pedro Vallín, otrora periodista insigne de La Vanguardia: «Su asesinato es un Premio Darwin de la política». En plan, selección natural. Vallín, cuando apareció un manifiesto de periodistas e intelectuales contra Pedro Sánchez, dijo que había que guardar la lista «para los juicios de Nuremberg», aquel en el que se juzgó a dirigentes nazis. Al final lo acabaron echando del diario. Pero creo que Ferreras lo ha recogido en su programa o en algún otro de la misma cadena.
La Sexta, claro, tampoco iba a la zaga. No soy telespectador habitual de la cadena, aunque a veces la ponemos antes de comer para abrir el apetito. En la emisión del jueves bastaron tres o cuatro intervenciones —que no voy a relatarles para no herir su responsabilidad— para subirse por las paredes.
El titulillo era «Asesinan a un activista ultra». Les faltaba añadir: se lo tenía merecido. Más o menos como en la SER. A Àngels Barceló casi dijo que se lo tenía bien merecido por ser un «activista ultraconservador» o «ultra». Parece que el problema en ese caso es que «defendía la política migratoria de Trump». «Y precisamente ha recibido un disparo mortal en el cuello mientras hablaba de tiroteos masivos».
En cambio, en TV3 han aflojado. Sin duda también porque están en estado de shock. En la última Diada, como decía: apenas 28.000 personas. En el informativo nocturno del jueves ya no le llamaban «ultra», sino «ultraconservador». Porque, en la cadena pública, como en La Moncloa, utilizan el término «ultraderecha» para todos los que no piensan como él. En cambio, en el telenoticias mediodía de ayer viernes lo rebajaron a «conservador». No hay nada como morirse para que hablen bien de ti. En resumen, para nuestra progresía —intelectual, periodística y mediática— la culpa no es del asesino, sino de la víctima, de Charlie Kirk.
Al final te das cuenta de que la violencia siempre es de izquierdas. Esa superioridad moral que, en ocasiones, la legitima. Trump también sufrió un atentado en plena campaña que podría haberle costado la vida. Y el otro día, para justificar la derrota de la jornada laboral, Yolanda Díaz ya apelaba a la «lucha de clases».
En los meses previos a la Guerra Civil hacían lo mismo.
Xavier Rius (La aceta)