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Corruptos demostrados, criminales con múltiples delitos por descubrir, porfían por el recorte de las libertades para encubrir la corrupción.
A propósito del discurso oportunista de Ione Belarra en el Congreso de los Diputados, cuando pretende encubrir la corrupción socialcomunista tras los subterfugios falaces del más miserable victimismo, con la pretensión de cercenar la libertad de expresión y el desempeño del Periodismo como controlador de los excesos y abusos del poder, rescato un artículo del 2022 concerniente a la miserable Ley del Bienestar Animal que impulsó como otro instrumento de coacción y de recorte de libertades elementales contra los ciudadanos.
Además de asco, causa mayor repugnancia que estos vagos y maleantes votados por minorías hayan accedido al poder para practicar un ataque frontal contra el Estado de Derecho. Corruptos demostrados, criminales con delitos por descubrir, ya pueden porfiar por el recorte de las libertades que un día se les puede volver en contra el metafórico cañón de la pistola con la que apuntan a una España democrática que durante 40 años pretendió vivir en consenso, antes de la llegada de una piara cizañera que goza embarrándose en la discordia. Se les ve el plumero de la nueva estrategia de amordazar la Prensa libre que saca a la luz sus más oscurantistas basuras.
Con ese modo bananero en el que se inspira la chusma podemita, Belarra ha señalado con nombre y apellidos a Ana Rosa Quintana, Pablo Motos o Susanna Griso como excusa para imponer una ley que amordace la Prensa libre.
España va comprobando que esta invasión sin ser napoleónica tiene sus metafóricos mamelucos de los cuales defenderse rabiosamente, también de modo metafórico.
Siguiendo las directrices de la nueva Ley de Bienestar Animal, he adoptado una rata de alcantarilla a la que he llamado Belarra, desconociendo si entra en los supuestos de mascotas permitidas por el restrictivo marxismo cultural que emponzoña nuestro país.
Belarra me parece un nombre acertado, aunque suena a otras cosas repulsivas por parecido silábico, pero repartidos a partes iguales los cariños por la nueva mascota y la repulsión por lo que representa, no me he resistido a la adopción aun ignorando a qué clase de multa estoy expuesto a cuenta de la especie protegida que, pese a sus demostrados perjuicios, está sobrealimentada y podemizada.
Además las ratas paren como lo que son, a cientos se multiplican, y con la nueva ley, redactada por vagos y maleantes que no han trabajado en su puñetera vida, las sanciones por especie preñada en un descuido ascienden a 60.000 euros, como si fuese tan fácil ganar la pasta prostituyéndose en lo político y lo social y llegar a ostentar por la jeta vil un ministerio. Qué mejor que un perro o un gato sino tener por mascota a mi rata Belarra.
Cuidando así de que no pueda reproducirse entre barrotes, me sale a cuenta pues si se me descuida una hembra de otra especie y se queda preñada, con las sanciones de estos roedores bolivarianos pueden ventilarse cualquier economía, si no sirve para el propósito los impuestos saqueados por una desquiciada verdulera del Isofotón.
Multas desorbitantes impuestas por criminales de baja estofa. Es lo que tiene robar, a destajo de chiringuitos, las arcas públicas: que pierden la noción de la realidad quienes legislan a decretazos en esta granja que se ha montado a su antojo la chusma socialcomunista. Esta nueva adquisición, la rata Belarra, hará las delicias de mi tiempo libre pues además deseo observar sus costumbres parásitas y depredadoras tal y como analizo el nido bolivariano que se ha convertido en la plaga de Galapagar.
Con estos denuedos en pro de los derechos de los animales, por parte de asesinos de niños, quiero que conste mi interés en adoptar alimañas por si fuera posible convertirlas en mascotas inofensivas, tal y como sería si otras ratas humanas dejaran de pulular en el alcantarillado político para quedar recluidas en jaulas a la medida de una Justicia no intervenida, así quebrarles el instinto carroñero y bolivariano.