La casta más cutre de la historia del parlamentarismo español desde la transición política, compuesta por gente con títulos académicos o iletrados con currículos falsos y tesis plagiadas ha decidido suplantar a la Real Academia de la lengua y modificar por ley palabras y expresiones de nuestro idioma el castellano.
Pagaría por ver a intelectuales como Patxi López, Gabriel Rufián, José Luis Ábalos, Teresa Jordá o Alberto Casero (ex diputado del PP que se equivocaba al votar a otros partidos) reunidos en una comisión para modificar o suprimir palabras del diccionario que les parecen ofensivas.
El escritor Arturo Pérez Reverte ha reaccionado en un santiamén para poner racionalidad en un asunto tan serio y ha dicho textualmente : “Me va a regular el uso de las palabras su puta madre”, expresión feliz con la que ha definido cuál es el ámbito de la Real Academia de Lengua, fundada en el año 1713, que limpia, fija y da esplendor a nuestro idioma universal.
Estos inútiles que solo se ponen de acuerdo en los asuntos que les benefician como clase privilegiada deberían saber que una ley no derrota nunca la libertad de expresión por más que se empeñen en decirnos cómo tenemos que hablar o con quién nos podemos asociar.
Por favor, políticos, hagan su trabajo y no quieran imponernos cómo debemos hablar porque fracasarán en su obsesión por controlarnos la palabra y el pensamiento.
El lenguaje popular penetra en la Academia de la lengua que acepta como sinónimos no incompatibles ni excluyentes el vocablo gay o maricón, tonto o gilipollas, chulo o macarra, y los políticos ociosos que se dedican meterse donde nadie les ha llamado no conseguirán robarnos la libertad de expresión cuando hablamos o escribimos nuestros pensamientos.
Diego Armario