Se define la política como un arte, doctrina o práctica referente al gobierno de los Estados, promoviendo la participación ciudadana al poseer la capacidad de distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para garantizar el bien común en la sociedad.

Es obvio que nuestros políticos desconocen la segunda parte de la definición porque se deshacen en promesas al electorado para atraer su atención y conseguir su voto sobre todo en la inestable situación política del momento en que no pueden descartarse elecciones generales de la noche a la mañana, y después si te he visto no me acuerdo.

Nosotros, el pueblo que les soporta, tenemos que impedir que esta patulea nos coja desprevenidos y continúe flexionando el tronco mirando al suelo y, dirigiéndose a nosotros, nos diga «ya sois todos iguales».

Sucintamente, expongo a continuación las tropelías que, personalmente a unos y a otros, les he soportado y que, a buen seguro, no soy el único español al que esta camada ha agraviado.

Destaca en primer lugar la ausencia de cerebros entre esta camarilla que, con el fin de cubrirse las espaldas por si vienen mal dadas, mantiene una encarnizada contienda para dominar el Poder Judicial, en contra de la doctrina de Montesquieu, universalmente aceptada, de que los poderes ejecutivo, legislativo y judicial no deben concentrarse en las mismas manos pues se trata de una teoría de contrapesos donde cada poder equilibra y contrarresta a los otros.

Es del dominio público que esta panda, para conservar su poder adquisitivo, utiliza la política de puertas giratorias empleada por los políticos que han ocupado algún cargo público que, al salir de la cartera consiguen un puesto de alto directivo en alguna empresa pública o privada como consecuencia, o beneficiándose, de su anterior responsabilidad pública.

Esta camarilla trata de ocultar sus datos de contacto, entre ellos su dirección de correo electrónico para impedir que el ciudadano, al que deben cargo y sueldo, acuda a ellos solicitando su ayuda para solventar algún problema individual o colectivo.

Resulta igualmente digno de mención que, cuando el ciudadano recurre a ellos por vía telemática, o no contestan o contesta alguno de sus colaboradores con el primer despropósito que se le ocurre.

Si el ciudadano recurre a ellos por vía telefónica, o no se ponen al teléfono porque están reunidos, o no se les espera, o no devuelven la llamada.

En una palabra, no resuelven nada más que lo que les interesa, que raras veces coincide con las necesidades generales o particulares de su electorado.

El mayor error que esta bandería viene cometiendo es la soberbia que practican vulnerando la Constitución y las leyes, pasándose por el arco de triunfo las críticas populares al respecto, y es que como decía José de San Martín, «la soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder».

Un ejemplo evidente de soberbia son los casos de corrupción, que no buscan el interés del depredador de las arcas públicas, sino que se apoyan en su convencimiento de ejercer los derechos de la persona y del cargo pues creen que el cortijo es suyo.

Les importa un bledo pasarse por la entrepierna la Constitución que han jurado o prometido, algunos tantas cuantas veces han sido elegidos, y cualquier ley, por cuanto es preciso hacerles entrar en razón enseñándoles a comportarse como demócratas en lugar de dictadores, lo que nos induce a no confiar en sus promesas sino a ponderar sus acciones.

Otra de las «virtudes» que atesora esta caterva es la incompetencia pues tienen menos luces que un barco de contrabando, llegando a comprender las cosas cuando se las dan «sopadas y migadas».

El vil metal es algo por lo que esta gente está dispuesta a sacrificarlo todo – algunos perciben más de 1 sueldo – ignorando que pierden la dignidad y los principios por un beneficio temporal, perdiendo también los electores al final.

Merece especial mención la capacidad para la mentira de esta manada de inciviles que no saben más que subir impuestos para gastos estériles o vivir opíparamente a costa de los españoles, algunos son doctores honoris causa en el arte del embuste, aunque tarde o temprano se descubre su patraña en tanto que otros, de limitada sesera, descubren su falacia a la primera de cambio.

Resulta tristemente paradójico que la mayoría de estos especímenes adopte una actitud servil hacia quienes atentan contra la unidad de España con la protesta tan pacífica para el colega como belicosa para el adversario político, y el silencio de una minoría, en tanto desprecian a quien trata de defender el ordenamiento jurídico de nuestro Estado de derecho: el mundo al revés.

En conclusión, esta pandilla de – adjetivo a gusto del lector – ha alcanzado el dudoso honor de ser una amenaza para la democracia.

No es posible soslayar el ridículo que estamos haciendo en el concierto internacional motivado por los esperpénticos errores de unos, con su banal aplauso, y el patológico afán de notoriedad de otros con la consiguiente incidencia económica negativa para nuestra economía.

Indudablemente, a esta plaga de parásitos los españoles les importamos menos que una clase de Física Cuántica a un mosquito.

Efrén Díaz Casal (ÑTV España)

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Política,

Última Actualización: 09/09/2024

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