A veces la realidad supera a la ficción, y otras veces la humilla. Acaban de conceder el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, símbolo de la resistencia venezolana, mientras el “inquilino” de Miraflores, Nicolás Maduro, sigue aferrado al sillón presidencial como si fuera su posesión vitalicia.
Ella, escondida; él, aplaudido por sus corifeos y protegido por los que confunden diplomacia con complicidad.
Una paradoja más de este mundo donde la justicia llega en forma de diploma, pero no en hechos.
Porque si algo sobra en el panorama internacional son los discursos sobre libertad y democracia… y lo que falta son gobiernos que los practiquen.
Y en medio de todo esto, nuestro incombustible José Luis Rodríguez Zapatero, siempre presto a ejercer de consejero espiritual del chavismo, debe estar pensando que el Nobel es una frivolidad imperialista. Claro, él está muy ocupado haciendo “lobby” para empresas chinas, cosas del comercio internacional y del espíritu altruista, ya sabéis. En su caso, el refrán le viene bordado: “Dame pan y dime tonto”.
Mientras tanto, María Corina sigue representando la dignidad en la sombra, y Maduro la farsa a plena luz del día. Uno tiene el poder, la otra el respeto. Y en ese contraste se esconde toda la ironía del mundo moderno: los dictadores presiden, los valientes se esconden, y los exlíderes… hacen turismo ideológico con traje de Armani y sonrisa acartonada.
Así que Trump tendrá que esperar una próxima edición.
Salva Cerezo.