Los prejuicios que alimentan algunos pueblos deberían ser extirpados por medio de operaciones quirúrgicas, más aún si se trata de tumores tan dañinos como el nacionalismo catalán.

El gag sobre la Virgen del Rocío que han hecho en la televisión pública catalana sigue levantando ampollas. Emitida en el programa satírico Està passant, ha provocado todo tipo de reacciones.

Por el momento, sabemos que la Hermandad Matriz de Almonte ha anunciado que está estudiando acciones legales para salvaguardar el derecho al honor violentado, por un mal uso del derecho de libertad de expresión, y han enviado un escrito de repulsa al presidente catalán, Pere Aragonès, así como a la consejera de Cultura, Natalia Garriga. Su presidente, Santiago Padilla, considera que se trata de “una parodia de muy mal gusto de la devoción rociera y particularmente de la sagrada imagen”.

En este sentido, ha pedido a Aragonès que restituya el derecho al honor que cree que se ha mancillado y adopte las medidas para que un hecho de esta naturaleza no se repita. Además, desde la Radio Televisión de Andalucía elevarán una queja formal a la Federación de Organismos de Radio y Televisión Autonómicos (Forta). Con todo, han sido múltiples las voces que se han levantado en contra del programa y una de las más sonadas ha sido la del periodista almeriense Carlos Herrera.

La intención no era la comedia, sino una exhibición de odio, es un clásico en el supremacismo catalán.

A los nacionalistas catalanes nunca les interesó otra cosa que ellos mismos. Encubren sus corruptelas en el pretendido “hecho diferencial catalán”, ese perverso juego político que consiste en camuflar los beneficios económicos de la casta con el supuesto agravio a todo un pueblo.

Ejemplos los hay a pares: Si defiendes los toros en Cataluña, eres un españolista. Si rechazas que se construya una mezquita salafista cerca de tu vivienda, eres un xenófobo. Si reivindicas la igualdad de oportunidades para los castellanoparlantes, eres un fascista. Si simpatizas con el Madrid, eres un centralista. Si denuncias las corruptelas de la casta nacionalista, eres un anticatalán de tomo y lomo.

Cuando la esperanza desaparece de un pueblo, lo inmediato es que sobrevenga una degeneración moral. La población catalana que piensa de forma diferente a lo que allí se impone, no tiene esperanza de justicia y de seguridad en su propio país. Los catalanes que no son nacionalistas están ya hartos de sufrir discriminaciones, limitaciones e insultos.

Esto contradice el ideal que tienen sobre la democracia. Muchos catalanes nacionalistas presienten el sufrimiento de quienes no piensan ni hablan como ellos. Pero hacen todo cuanto pueden para no enterarse, y, desde luego, evitan enfrentarse a las injusticias. También ellos han sido adoctrinados en los prejuicios y el miedo al poder nacionalista establecido. Ya se sabe que para que el mal se imponga basta sólo que los justos permanezcan callados.

Si en el proyecto nacional de España entra el que haya españoles sometidos y amenazados por otros españoles (aunque éstos nieguen serlo), obremos al menos con honradez y modifiquemos la Constitución, haciendo constar simplemente que los catalanes no nacionalistas no tienen derecho a compartir los privilegios del resto.

Si tal es lo que está ocurriendo, digámoslo ya de una vez y hagámosle saber a la familia de Canet que la discriminación que padecen tiene al menos un sustento legal. Los catalanes que se sienten españoles necesitan que se les hable con claridad. La democracia española sufre una alarmante crisis de autoridad moral debido a la falta de relación que existe entre los principios que la inspiran y sus hechos.

Esto ha hecho que cada vez más españoles miren con respeto y nostalgia la época franquista. El franquismo resultaba menos cruel que esta democracia que no es lo bastante realista o lo bastante fuerte para poner en práctica lo que predica. Destruir la esperanza hasta sus más profundas raíces es más caritativo que alentarla con promesas que no se piensan cumplir.

Los no nacionalistas se preguntan si tendrán que sufrir para siempre el arrogante poder de los nacionalistas. Han sido pacientes durante mucho tiempo, pero sienten que no podrán seguir siéndolo eternamente. En la España democrática, a catalanes como Albert Boadella se les impide equipararse a los catalanes nacionalistas para ganarse la vida. En la España democrática, a catalanes que defienden un proyecto común junto al resto de España, se le niega la seguridad y las garantías legales a las que constitucionalmente tiene derecho.

Mientras no sean vencidos los prejuicios que ha creado la cultura nacionalista y no desaparezcan sus efectos, existirá el amargo hecho de que hay españoles que han sido condenados a vivir como auténticos parias en su propio país por no compartir las ideas nacionalistas y excluyentes. A un brillante catalán castellanoparlante no se le ofrece las mismas oportunidades que al catalanoparlante que sea incluso menos inteligente. Ambos sin embargo viven en el mismo Estado que se dice de Derecho.

Ahora que se habla tanto de memoria histórica, se observa con estupor que algunos pueblos y algunos políticos no han aprendido nada. La II República pudo ser una genuina democracia en la que todos los españoles viviesen en mutua armonía y libertad, pero eligió el principio autoritario de gobierno, con ideas políticas que eran violentamente perseguidas y con credos religiosos que fueron sistemáticamente criminalizados, lo que trajo aparejado la inevitable rebelión y la peor de las guerras.

¿Es la democracia española un bien o un mal? Si es un bien, de lo que tengo serias dudas, decidámonos entonces a que sea verdadera. ¿Es el nacionalismo catalán un bien o un mal? Si es un mal, de lo que apenas tengo dudas, decidámonos entonces a que sea extirpado desde la raíz.

Armando Robles (ÑTV España)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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