Desde sus balbuceos históricos, y ahora los españoles han podido comprobarlo una vez más gracias al modélico y democrático Régimen del 78, la fortaleza del separatismo ha ido siempre paralela a la debilidad del centralismo, ayuno siempre éste de un verdadero sentido del Estado y de la patria. Como consecuencia del cisma de la derecha, de la hispanofobia socialcomunista y de la corrupción general, el centralismo no ha existido como idea, sino sólo como proyecto para la obtención de riqueza y de poder por parte de los políticos constitucionalistas.

Con estos precedentes, el separatismo ha permanecido siempre a la caza de piezas, con los ojos abiertos de par en par, acechando las numerosas posibilidades que los traidores de los sucesivos Gobiernos de España ofrecían para el logro de sus chalaneos, de sus mutuas ambiciones, de su consenso delictivo.

Obsesionados unos y otros por el poder, por la sedición y por la codicia, y carentes todos ellos de buena voluntad y de amor patrio, la Transición ha sido un periplo realizado por malhechores empeñados en enriquecerse, carentes de escrúpulos y privados de conciencia, a quienes no importó desde el inicio olvidarse de defender el bien común y la unidad y seguridad de España.

Este período histórico que conocemos como Transición, sustentado en una norma suprema tramposa y al servicio de los rapaces y de los enemigos de la patria, ha permitido contemplar día a día cómo los traidores incubaban los huevos de la deslealtad, amparados por el silencio cómplice de las elites que medraban complacientes en sus cargos institucionales o civiles. Ha permitido, como digo, comprobar cómo una confabulación de arteros, renegados y perjuros adaptaban a sus intereses particulares el marco constitucional para arruinar el bien común y la unidad de los españoles en beneficio propio.

La casta partidocrática y sus aliados se hartaron así de enviar mensajes tácitos o explícitos a los aprendices de brujo separatistas, facilitando o permitiendo la ruptura entre todos del muro infranqueable que supuso el período franquista para los tradicionales enemigos de España.

De este modo, la Transición, de la mano de la ley fundamental en que se basa la organización política y social de nuestro Estado, hicieron posible la quiebra de la anterior obra unificadora, enviando a todos los enemigos, interiores y exteriores, un nítido mensaje: España, una vez extinguida la autoridad de Franco, estaba nuevamente en almoneda. España volvía a ser moneda de cambio. Y los enemigos escucharon el mensaje y se colmaron de avideces y expectativas dolosas.

La consecuencia ha sido la abominación desoladora que padecemos, que es y será vista por algunos con horror, con estupefacción por otros, y con satánica satisfacción por los restantes, que no serán pocos. Ahora, considerando cuán diferente es esta situación de la que debería practicarse en un país seguro, unido, independiente y en progreso, especialmente si ha recibido sus enseñanzas morales del cristianismo, de Roma y de Atenas, y reflexionando a su vez sobre cuánta hondura ética y disciplina moral se requiere en quienes detentan la administración del poder soberano, estamos autorizados a afirmar que tanto la Constitución como su excrecencia, la Transición democrática, han resultado, peor aún que inútiles, nefastas. Porque han parido monstruos.

Sin embargo, ésta no es hora de lamentos, sino de lucha. Cuando se considera que la ciencia de la justicia natural, como han entendido todos los sabios a lo largo de la Historia, es la única ciencia necesaria para los gobernantes, sean estos monarcas o ministros, se debe recobrar cierta esperanza en que, más pronto que tarde, esta verdad sea entendida por un líder o un grupo de líderes que la examinen por sí mismos, sin la ayuda de leyes falsas o equívocas, ni intérpretes interesados.

Una élite de espíritu aristocrático que ejercitando la plena soberanía y educando al pueblo en general y a la juventud en particular en tales principios, consiga convertir esta verdad en objetivo ideal y en utilidad práctica.

De momento, ante esta trascendental traición al ser humano y a la patria que padecemos, sólo la gente prudente y avisada -una minoría, por desgracia- se escandaliza ante el silencio cómplice o cobarde de la Iglesia, de la Corona, de las FF.AA. de los políticos, magistrados, educadores, intelectuales, periodistas, médicos, policías…

Sólo una minoría ha comprendido que la libertad y la verdad son rehenes del enemigo, y sufre por ello, y que es inútil esperar justicia, honor, verdad y libertad de quienes ejercen el aprisionamiento o se pliegan a él. Esa minoría, a pesar de que oye a muchos decir que están en la batalla, es la única que ha estado siempre en la lucha y que aún sigue y seguirá en la pelea.

Buscando la verdad, defendiendo la libertad. Para, al fin, conseguirlas.

Jesús Aguilar Marina (ÑTV España)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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