Con los políticos que adornan la partidocracia española nuestro Parlamento no puede ser representativo; sí una vergonzosa ficción donde todo se falsifica. Y ello es así por no haber una auténtica opinión pública política. Pero como no es el Parlamento el que ha de hacer la opinión pública, sino al contrario, los males que al Parlamento se le achacan no son sino los males de los parlamentarios, que no surgen de una genuina opinión pública, cívica y solidaria, sino de una atmósfera social cenagosa y maloliente.

Se hace obligado repetir, aunque sólo sea para incomodar la digestión de los estómagos agradecidos, que el PP es una sucursal del PSOE y que ambos toman la apariencia por la realidad, si esta no les conviene. Ambos -distintas caras de la misma moneda- han producido la quiebra del Estado de derecho, pues como funcionarios de las instituciones aceptaron desde el primer momento el principio de que el fin justifica los medios, algo que se nota de modo especial en los aspectos legislativo y represivo.

Tanto el PP como su reverso, el PSOE, utilizan tácticas de coyuntura, sobre todo al aproximarse unos comicios. Frente a quienes están en política para defender desde la ética un proyecto, unas ideas y una concepción de la sociedad, ellos y sus excrecencias sólo buscan el cargo institucional, el influjo, el poder… Y para conseguirlos y mantenerlos concentran sus esfuerzos en situarse estratégicamente. Para lo cual no se precisa coherencia, sacrificio ni paciencia, sólo bailar al son que tocan los amos, ceder y conceder en cuestión de principios y abrazarse a la serpiente oportunista que te ofrece ser como los dioses.

Estas sectas, disfrazadas de partidos políticos, que forman el bipartidismo se avienen a vergonzosas complicidades contra quienes se les oponen y, cómo no, contra quienes comparten los nobles ideales y el amor a la patria. Hasta donde alcanza la mirada de los prudentes y avisados se observa que todas las instituciones, no sólo españolas, se hallan dominadas por el NOM y sus secuaces. Algo terrible, porque el NOM ha proyectado la eliminación de miles de millones de seres humanos con el consuelo de que seremos felices. Lo cual nos hace pensar en el viejo dicho: «La cura va buena, pero el ojo se pierde».

El caso es que ningún gobernante debería ofenderse por escuchar la verdad, pero los bipartidistas prefieren la lealtad de pesebre y la mansedumbre a la veracidad. La crítica resulta ofensiva para los sicarios defensores del Sistema, porque sugiere que, frente a una meditada, razonable y profunda denuncia, existe un «espíritu democrático» y unas «agendas razonables», pensadas para el bien de la ciudadanía. Nada más falso. Ese espíritu democrático y esas agendas que pretenden oponer no son sino el interés del amo, el pensamiento acrítico, la sensibilidad de rebaño. Pero con eso demuestran, además, que el lenguaje, que no debe ser tramposo, sí lo es en manos de los tramposos.

Se utiliza la vieja argucia consistente en hablar para disimular. Se elige algo que interesa al común y que contiene cierta dosis de verdad y luego se coloca de todo en la balanza opuesta: cosas confusas e interesadas, pequeños disparates y sorprendentes aberraciones que entontecen más que una falsedad redonda. Todo lo que se quiera menos variar la elección ya hecha.

Así, después de ofrecer todas las razones del mundo en armonía con el incrédulo, mantienen, no obstante, la fe de sus agendas. La cuestión es que el bipartidismo carece de voluntad política y de capacidad ética para emprender las rectificaciones necesarias para regenerar el país. Tan sólo es capaz de producir algún gesto banal que sirva de pretexto para que sus hatos y sus venales medios de propaganda puedan desgranar los oportunos himnos pindáricos de adulación partidaria y globalista.

Los votantes del bipartidismo han conseguido instalarse en un paraíso conformado por seres sumisos o aprovechados, carentes de espíritu crítico, residentes de un país idílico, con tragaderas inmensas y estómagos agradecidos. PP y PSOE suman los votos de la reserva india: funcionarios con carné, vagos y acomodaticios varios, individuos adscritos a los lóbis subsidiados o al sindicato de intereses, beneficiarios de los PER, ERES o similares, amiguetes, cuñaos y demás parentela en nómina, etc. Sume usted todo ello, amable lector, y comprobará que son multitud. Ergo, la revolución ha de esperar: no está en las urnas del próximo domingo, día 23.

Con el sentido de la justicia que alienta en el PP, lo mismo que en el PSOE, los inocentes se ven obligados a apurar el veneno, mientras permanecen impunes los culpables. La gente -los votantes- que ha germinado durante la Transición, me refiero sobre todo a los camuflados de derechas, pues los de izquierdas ostentan el signo del diablo bien grabado en la frente, ya no lucha por la victoria de la revolución, sino por una indiferente existencia conviviendo con la injusticia. Ya no existen los héroes; y si existen, su corazón es como el de los hipocondríacos.

Si los electores españoles amaran de veras el progreso y les preocupara su futuro y el de sus hijos y sus nietos, así como el de la patria, comprenderían que tanto el PP como el PSOE -más sus terminales, filiales y excrecencias- son una idea muerta; y una idea muerta no puede preferirse. Pero como la mayoría de ellos ni lo saben ni quieren saberlo, siguen empecinados en escoger lo caduco y maloliente. Y las ideas muertas producen más sectarismo que las ideas vivas, ya que los sandios, como los cuervos, gustan de oler las cosas muertas, alimentándose de ellas.

Si en la vida diaria el término medio puede ser un signo de prudencia, en política, la tendencia hacia el centro y la correspondiente lucha por aparentar que se ha instalado en él no deja de ser un engaño más, por irrealizable, aparte de un proceder estéril; en política resulta imposible que la balanza no se incline a un lado u otro. Tan sospechosos son en política quienes se hallan instalados en el fanatismo como quienes se jactan de no inclinarse a uno ni a otro lado.

Decimos que de las bocas de los políticos no sale una verdad, pero también mienten aquellos que, sin ser políticos, se empeñan en no ver lo que se ve. Porque la mentira más corriente es aquella con que uno se miente a sí mismo. Y el hombre partidario, o sectario, miente por fuerza.

El político prudente actúa motivado por la función intelectual, la responsabilidad política o la mera decencia. El político demagogo es, sobre todo, un cobarde traidor. La demagogia no es sino un recurso más en manos de personas incapaces de hablar verdad y de enfrentarse con la realidad. Sólo quien desea imponer su ambición hace uso de ella. El demagogo lleva a su oyente, si éste no es un borrego, a una situación humillante o airada donde le corresponde probar que no es un idiota o que no se deja reducir a la impotencia.

Nuestros políticos de la casta, en cuanto profesionales de la política, han sido unos embusteros, y muchos de ellos, además, han sido premiados con el ensoberbecimiento de los mezquinos. La realidad se ha encargado de arruinar, a veces en pocas semanas, algunas posturas que se han defendido con grandes dosis de triunfalismo y despotismo. Y tal vez eso sea así porque, en política, el triunfador acaba convirtiéndose en un parásito administrativo y en un pingajo ético. Y también en un personaje que se considera con derecho a una comisión personal vitalicia sobre la riqueza nacional, como beneficio adicional de la potestas.

Amar a la patria es defenderla y mejorarla y, ahora, tras esta democrática Transición, dirigida por una ruinosa casta política, también es un problema a resolver y un edificio a levantar. Es urgente hacer desaparecer el bipartidismo y, sobre todo, el Sistema que lo sostiene.

Jesús Aguilar Marina (ÑTV España)

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Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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