Según la encuesta sobre hábitos democráticos del CIS, uno de cada cuatro jóvenes de entre 18 y 34 años no considera que la democracia sea preferible a cualquier otra forma de gobierno. Este dato, en sí mismo, debe resultar inquietante, pero los signos que anuncian un desencanto entre las nuevas generaciones con la democracia empiezan a hacerse constantes.

El ascenso de los populismos críticos con el ‘establishment’, por ejemplo, es otra evidencia que prueba la preocupante desafección política que viene a cuestionar las costuras de nuestro pacto social.

El Centro de Estudios de Opinión de Cataluña también advierte de que entre libertad y prosperidad económica cada vez son más los jóvenes que se muestran dispuestos a perder garantías democráticas a cambio de mayores estándares de bienestar.

La evidencia demuestra que las sociedades democráticas acaban siendo más prósperas que las tiránicas o que otros regímenes iliberales, pero la vivencia subjetiva de una generación que ha nacido entre crisis económicas empieza a debilitar su confianza en las élites políticas, mediáticas y sociales.

La falta de fe en el futuro, justificada o no, genera un clima de decepción entre quienes empiezan a formar parte de la ciudadanía activa y apuestan en las urnas por fórmulas radicales, a izquierda y derecha, que desbordan los parámetros de la política tradicional.

La democracia, entre otras muchas cosas, es un régimen basado en la confianza de sus ciudadanos y nunca es demasiado pronto para tomar conciencia de las señales que emiten las nuevas generaciones.

La falta de expectativas vitales, y muy específicamente la crisis de la vivienda, hace que el orden político y la paz social que consigna nuestra Constitución en el artículo 10 puedan no encontrar un refrendo tan sólido entre los jóvenes como el que se ha venido sosteniendo en las últimas décadas.

La gran generación europea que fue testigo de las guerras de la mitad del siglo XX y que padeció regímenes totalitarios supo custodiar y promover los valores democráticos a partir de una experiencia traumática. Los jóvenes de nuestro tiempo han nacido en un régimen de garantías cuyos valores parecen declinar en gran medida por la falta de cuidado de nuestra clase política, aunque no solo.

De entre las muchas formas en las que se vertebra la concordia social, el pacto intergeneracional resulta esencial y en las democracias occidentales, y especialmente en España, cada vez hay más evidencias de desconexión.

Si la democracia no se respeta a sí misma, si los políticos insisten en degradar las instituciones y la palabra pública renunciando a la ejemplaridad y si, además, no se procura una promoción razonable de las condiciones de bienestar y prosperidad, estaremos facilitando el advenimiento de alternativas temerarias que, a partir de una crítica justificada, se atrevan a impugnar el ‘statu quo’ democrático.

Las democracias contemporáneas no colapsan de forma súbita y abrupta. De hecho, el paso de un régimen liberal a otro iliberal es paulatino, y existe una progresiva pendiente resbaladiza en la que podemos ir debilitando garantías e instituciones tan básicas como la separación de poderes, la prensa libre o la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.

Siempre existirán políticos irresponsables, dispuestos a emprender ese camino, pero para evitarlo necesitamos que la propia democracia cumpla con sus mejores estándares y sea capaz de procurar a las generaciones que vienen un horizonte de certidumbre, seguridad y expectativas.

ABC

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Política,

Última Actualización: 08/07/2024

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