Todavía recordamos aquella perversa frase de “no tendrás nada, pero serás feliz” que nos anunciaba un futuro muy oscuro, manejado por un grupo de siniestros capitostes, ocultos entre las sombras, capaces de mover el mundo a su antojo, como los hilos de una marioneta. A partir de ese momento, la perversa alianza entre el capitalismo más despiadado, la masonería internacional y el nuevo comunismo, aquella simbiosis de la que ya nos había advertido Franco antes de su muerte, comenzó a emponzoñar nuestra sociedad.
El relativismo más feroz se aposentó entre nosotros, en especial entre los más jóvenes desarmados de otros valores que no fueran los que dictaban, a través de las redes sociales, esos llamados influenciadores, fieles lacayos de ese omnímodo poder mundial.
Tras dictar las normas del llamado “nuevo orden mundial” -cambio climático, ecologismo feroz, poder de las minorías, corriente lgtbi y el resto de los paradigmas contenidos en esta perversa ideología convertida en una suerte de religión-, se hacía necesario realizar una demostración de fuerza capaz de enviar un mensaje a navegantes y, consecuencia de ello, surge esa “plandemia” que sirvió, de una parte, para deshacerse de los más débiles y, de otra, para advertir al resto de la población de los riesgos que corrían en el supuesto de que se desoyesen las normas dictadas por los poderosos.
A partir de ese instante, los gobiernos afines a la causa comenzaron a dictar normas de restricción masiva de las libertades individuales: encierros innecesarios, implantación obligatoria de las mascarillas, “pasaportes” para poder circular de un lado a otro, vacunación obligatoria, etc.
Un plan perfectamente orquestado que sirvió, incluso, para enfrentarnos a unos con los otros y donde aquellos que nos negamos a seguir las normas dictadas por el poder nos convertimos en apestados, siendo insultados y perseguidos por unos y por otros.
En el caso de España, una buena parte de estos nuevos paradigmas vinieron de la mano de partidos perversos como la malvada “podemía” que, contando con el imprescindible concurso de sus socios, los sociatas, impulsaron el culto al movimiento lgtbi y, con ello se llegó al absurdo de que alguien podía, por la mañana, despertarse hombre y, por la noche, acostarse mujer. Situación esta que ha permitido, con la aquiescencia del poder, innumerables irregularidades, tales como que un individuo, con pelo en pecho, tras manifestar ser mujer, cumpla condena en un módulo de mujeres de una prisión o gane unas oposiciones de forma fraudulenta.
Ahora nos encontramos con un nuevo paradigma que pretenden inculcarnos a macha martillo, ese que quiere hacernos creer que la mujer es más libre en el mundo islámico que en la cultura occidental, cuando, en realidad, todos sabemos que es una auténtica falacia.
El daño que han causado todos estos perversos individuos e individuas, algunos de los cuales han llegado a ministros, puede que sea irreparable, aunque tal vez se haya abierto una ventana a la esperanza y las cosas empiecen a cambiar de ahora en adelante.
Sabemos que todos aquellos que contravengamos las normas dictadas por la oscura oligarquía que mueve los hilos desde lugares tan macabros como Davos, seguiremos siendo tildados de fachas, fascista y enemigos de la libertad. Sin embargo, los auténticos fascistas son, precisamente, esos que pretenden manejar el mundo a su antojo, moviendo los hilos desde las sombras, sin que nadie los haya elegido ni les haya otorgado semejante poder más allá de las grandes fortunas que han ido acumulando gracias al esfuerzo de los demás. Aunque, quizá, su tiempo esté próximo a cumplir.
Eugenio Fernández Barallobre (ÑTV Espña)