Si viéramos en otro lugar del mundo las trapisondas, estafas y actividades criminales de otro dirigente político como son las de Pedro Sánchez, probablemente supondríamos que acabaría juzgado ante un tribunal. Sólo un poco de amor propio bastaría para que los responsables de salvaguardar una nación actuaran en consecuencia frente a la ignominia de un delincuente al frente de un ejecutivo.
En otros países, los servidores públicos se entienden asalariados de los ciudadanos que además pagan responsablemente los impuestos. En España la malversación se ha convertido en costumbre socialista como el indulto.
Nuestro país es diferente, cierto. Acaso por esa complejidad de entender mal la libertad y confundirla con el libertinaje, España ha aprendido deficientemente sobre los postulados de la democracia con un favoritismo artificioso por la clase política, por la propia política como excusa para enriquecerse aprovechándose de los ciudadanos.
Debería ser al revés: el político es un asalariado del pueblo. Aquí esos servidores públicos son favorecidos por conveniencias generalizadas de la codicia política que se ha ido envalentonado cuanto más casos de corrupción han quedado impunes o misterios sin resolver, como el 11-M, han conseguido los propósitos oscurantistas por los que fueron concebidos.
Y con la corruptela y la oscuridad de los objetivos de manipulación social hemos desembocado en estos tiempos de aberración absoluta por el intervencionismo contra las instituciones. cuando La Moncloa se ha convertido en un núcleo criminal que evoluciona en detrimento de la coexistencia y hasta de la supervivencia de la propia nación española, incluso probablemente entregada por alta traición al chantaje de Marruecos, que todo se sabrá.
Que Puigdemont se haya montado un circo con el beneplácito de las intenciones pactadas a espaldas de los españoles, no es lo que verdaderamente debería preocupar con todo lo que conlleva de ofensa contra el Estado de derecho.
Por el contrario debería ser tomado como asunto de máxima gravedad que un delincuente sin máscara siga en el poder para defenderse contra la Justicia, cuando se ha descubierto el grado de corrupción criminal que le implica en asuntos turbios del PSOE, así como en sucios asuntos de índole personalista que se extienden a todo su ámbito familiar que está investigado por múltiples indicios de delitos… apuntando inequívoca y directamente a la presidencia del Gobierno.
Si España hubiese sabido distinguir con dignidad el propósito de la implantación de la democracia, los intereses partidistas y las especulaciones tabernarias no hubiesen horadado hasta la extenuación la razón de ser del Estado de derecho y la importancia por ello de la separación de poderes.
De haberse respetado el criterio independiente de la Justicia, Pedro Sánchez no hubiese llegado tan lejos en sus mentiras hasta el punto de convertirse en cómplice de una criminalidad que pretende indultar para satisfacer sus miserables intereses personales.
No se comprende, salvo por la ausencia de honor y la inconsciencia de una responsabilidad histórica, que el circo sanchista siga practicando malabares para esquivar la ley que conculca a diario, y tampoco es comprensible la capacidad de aguante de una nación que se ha convertido en un esperpento internacional, manteniéndose en el poder un depredador que está perjudicando decisivamente un país que adolece de una enfermiza ingenuidad transformada en indolencia, en tanto está en juego la propia supervivencia de millones de hacendosos ciudadanos en las garras inescrupulosas de una banda organizada tras siglas políticas.
El problema no es que se escabulla un Puigdemont con orden de detención. Lo preocupante es que se consienta que siga un criminal manejando los hilos desde La Moncloa. Un estafador que ha traspasado todas la líneas rojas que una democracia capaz de defenderse ya lo habría penalizado con la activación de un protocolo de defensa excepcional.
Defensa singular frente a contingencias tan alarmantes como es la continuidad de un delincuente común sin escrúpulos al frente de la presidencia de una España cuyo destino, habida cuenta de cómo las gasta esa mafia política que encadena escándalos con absoluta impunidad, es salir dañada durante la huida hacia adelante de quien está dispuesto a todo para salvarse de la acción de la Justicia.
Cada amanecer la España ninguneada y todavía digna debería practicar un examen de conciencia conjunto, para advertir el riesgo que supone un Pedro Sánchez arribista y que usa con oportunismo el Estado en su propio beneficio, dispuesto a destruirlo todo con tal de seguir apoltronado en su reducto delictivo.
Cada mañana, con la mente todavía en blanco, España debería sacudirse la cabeza para tomar consciencia de la aberración que es tener a un elemento delictivo que sigue decidiendo el presente y, lo que es peor, el negro futuro de sus muy hartos ciudadanos.
La increíble continuidad de Sánchez al frente del gobierno es lo que debería preocupar, escape o no escape un esperpéntico golpista en el maletero de un coche.
Con el consentimiento de Sánchez… Puigdemont es lo de menos.
ÑTV España