Pedro Sánchez quiso convertir estas elecciones municipales y autonómicas en un examen personal de sus políticas y las urnas se han expresado con una aplastante rotundidad. El PP ha aventajado al PSOE en más de 800.000 votos y la práctica totalidad de territorios que estaban en disputa han caído del lado de los populares.

En clave autonómica, el Partido Socialista ha perdido Valencia, Aragón, Extremadura, La Rioja, Cantabria y Baleares, y se ha demostrado incapaz de desafiar los gobiernos de Murcia y Madrid. El mapa de España ha quedado teñido de azul y la pérdida de poder territorial del PSOE no encuentra precedentes.

Lo más parecido fue la derrota de Rodríguez Zapatero el 11 de mayo de 2011, pero en aquella ocasión nuestro país se encontraba inmerso en una crisis económica global que sin duda decantó los resultados. Ahora el castigo de la ciudadanía no puede achacarse a ninguna causa externa ni al contexto internacional.

Los españoles se han pronunciado con extraordinaria claridad y han reprobado las políticas del Gobierno de Pedro Sánchez y, sobre todo, su insólita geometría de pactos.

La derrota socialista supera, con mucho, los peores augurios que se habían realizado desde Ferraz y La Moncloa.

La debacle sin paliativos que han sufrido los socialistas en las elecciones autonómicas encuentra un correlato casi perfecto en las elecciones municipales.

El PSOE pierde Sevilla así como Valladolid, Valencia, Gijón, Murcia, Toledo, Coruña, Cáceres, Badajoz o Huelva. Durísimo.

Ni siquiera Barcelona, que se había planteado como un posible premio de consolación y que adquirió un papel protagonista en el cierre de campaña, puede servir para minimizar los daños de este duro correctivo electoral. El Partido Socialista no tiene ningún dato sobre el que articular un relato mínimamente optimista como demuestra la incomparecencia de Sánchez, que ni siquiera acudió a la sede socialista de Ferraz.

Una de las herencias que deja Sánchez es el reforzamiento de Bildu, partido al que no sólo ha considerado un socio prioritario de legislatura, sino al que también ha blanqueado maquillando su pasado como brazo político de ETA.
Los titubeos mostrados por el PSOE al conocer que había etarras en las listas de Bildu han sido demoledores para los socialistas, y el efecto conseguido es el de haber ‘normalizado’ al partido de Otegi, que ha pasado de 930 concejales en 2019 a cerca de 1.400 ahora, con un bagaje de casi 400.000 votos. De hecho, Bildu gana en dos relevantes capitales como Vitoria y Pamplona.
Los resultados de Bildu generan alarma, especialmente en el PNV, porque con una extrapolación de estos resultados a unas autonómicas vascas, tiene factible acceder a la Lehendakaritza y abrir un nuevo desafío independentista al Estado, con el añadido de que sería el partido secuela de ETA quien lo pueda poner en marcha. Bildu, sin duda, se convierte así en una de las principales amenazas a nuestra democracia.
También es relevante la práctica desaparición de Ciudadanos y la relevante pérdida de peso específico de Podemos, lo que determinará las alianzas futuras de Sumar.

En estas elecciones el presidente Sánchez ha arrastrado al PSOE a una derrota que tal vez se podría haber evitado si los barones territoriales hubieran ejercido con responsabilidad su liderazgo y si hubieran confrontado el rumbo insólito de la legislatura.

Es seguro que muchos líderes locales hoy estarán lamentándose por no haber exhibido una mayor distancia con el presidente del Gobierno al modo en que lo hizo, por ejemplo, Juan Lobato, a quien al menos le queda el consuelo de haber recuperado terreno para el PSOE en Madrid tras enfrentarse a las directrices oficialistas.

Es de justicia conceder que si estas elecciones las ha perdido el PSOE es porque, también, las ha ganado el Partido Popular. El rotundo éxito de los de Núñez Feijóo evidencia de forma irrefutable la recuperación del partido que, tras sufrir una intensa crisis reputacional, regresa para ejercer una robusta hegemonía desde las que encarar las próximas elecciones generales.

La de Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y otros líderes regionales es la estampa de una victoria pero, sobre todo, es el preludio de lo que puede ocurrir en las generales de diciembre.

Pese a todo, nada está ganado y es seguro que veremos al presidente del Gobierno idear nuevos golpes de efecto que intenten revertir lo que, a todas luces, parece anunciar un cambio de ciclo político.

ABC