Se dice que “de sabios es rectificar” y efectivamente ello es así porque toda persona con inquietudes intelectuales transita a lo largo de su vida por un camino lleno de incertidumbres en el que el principal faro que orienta sus pasos es la búsqueda del conocimiento.
Obviamente, dada la dificultad intrínseca del recorrido, las convicciones ideológicas personales están necesariamente asentadas en unos principios morales que permiten a los individuos avanzar honestamente en su proceso de desarrollo personal. Quiere ello decir que el cambio de parecer de toda persona intelectualmente comprometida obedece no a razones espurias, sino a una evolución intelectual derivada del estudio, la observación analítica, la experimentación y la reflexión profunda.
A la luz de los hechos resulta evidente que los cambios de opinión a los que Pedro Sánchez tan acostumbrados nos tiene son tan solo el fruto de su falta de principios morales y convicciones ideológicas, ya que dichos cambios de parecer obedecen indefectiblemente a cuestiones circunscritas al ámbito de sus intereses personales.
Así en los dos procesos de investidura como presidente del Gobierno de España hemos podido comprobar, entre la indignación y la estupefacción, como el psicópata monclovita incumplía sistemáticamente sus compromisos electorales para satisfacer las exigencias de comunistas e independentistas con la exclusiva finalidad de comprar su voluntad y sus votos.
En consecuencia, puede afirmarse sin temor a equivocarse que los cambios de opinión de P. Sánchez tan solo se deben a sus ansías de poder y tan solo constituyen una traición a la ciudadanía y a la nación española.
Como después de cada proceso electoral en el que el partido socialista tiene posibilidades de alcanzar el poder se repite el mismo espectáculo, tras las elecciones autonómicas catalanes estamos asistiendo a un grotesco sainete protagonizado por el PSC y ERC para conseguir que Salvador Illa sea nombrado presidente de la Generalidad de Cataluña a cambio de nuevas prebendas para la región catalana.
En síntesis, el pacto entre ambas fuerzas incluye: el reconocimiento de Cataluña como nación, la profundización en el proceso de inmersión lingüística en catalán y el establecimiento de un sistema de financiación singular para Cataluña, acompañado de la condonación de 15.000 millones de euros de los 72.000 millones de euros que el Estado español prestó a Cataluña a través del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA).
Tomado todo ello en su conjunto resulta evidente que el pacto suscrito entre el PSC y ERC supone una modificación del marco estructural, institucional y administrativo de la nación española que conculca de manera palmaria la Constitución.
Dejando de lado planteamientos esencialistas o primordialistas, en su concepción moderna la nación se define como “un conjunto de personas que viven en un determinado territorio gobernadas por un único Estado soberano”.
Desde este punto de vista constructivista el reconocimiento de Cataluña como nación, además de violar el artículo 2 de la Constitución española que establece la indisoluble unidad de la nación española, supone conceder de forma torticera carta de naturaleza a una ficción derivada del delirio nacionalista del “establishment” político catalán, el cual ha sido capaz de generar en amplias capas de la sociedad catalana un sentimiento identitario sin base histórica alguna, a través de un asfixiante proceso donde se mezclan de forma indisoluble el adoctrinamiento y la coerción.
Así, si echamos la vista atrás podemos comprobar como el primer esbozo estructuralista de España lo encontramos en la llamada Hispania romana, fundada a finales del siglo III a. C. y dividida administrativamente en la Hispania Ulterior, cuya capital fue Córdoba, y la Hispania Citerior, cuya capital fue precisamente Tarragona, estableciéndose posteriormente una nueva división administrativa bajo el mandato del emperador romano Augusto, de tal forma que la Hispania romana quedó dividida en tres provincias denominadas Tarraconense, Bética y Lusitania.
Tras la llegada de los bárbaros a la Península Ibérica se conformo el Reino Hispanovisigodo del cual formó parte Cataluña. Asimismo, durante el periodo de la Reconquista, llevada a cabo para liberar a la Península Ibérica de la dominación árabe, Cataluña formó parte del Reino de Aragón y finalmente cuando los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, decidieron unir sus destinos en 1469 con la intención de alumbrar definitivamente el Reino de España obviamente Cataluña entró en el lote.
En definitiva, Cataluña jamás fue una nación, por lo que reconocerle tal estatus en pleno siglo XXI no tiene justificación alguna por carecer dicho planteamiento del soporte histórico al que apelan los políticos catalanes y todos aquellos indocumentados que se han dejado convencer por un relato esencialmente basado en el falseamiento de la realidad.
Como ”de aquellos barros estos lodos”, el independentismo catalán se ha agarrado como una lapa a la lengua para reivindicar su condición de nación histórica, de tal forma que para imponer el catalán y condenar al español al ostracismo hace ya tiempo que iniciaron un inquisitorial proceso de inmersión lingüística, ahora bendecido por los socialistas y los comunistas.
Para confirmar el carácter ilegítimo de este proceso tan solo basta señalar, en primer lugar, que vulnera el artículo 3 de la Constitución, el cual establece que todos los españoles tienen el deber y el derecho de conocer y usar la lengua castellana, en segundo lugar, torpedea el principio de legalidad al hacer caso omiso de la sentencia del Tribunal Supremo que establece la obligatoriedad de impartir en castellano al menos el 25% de la enseñanza en las escuelas catalanas, en tercer lugar, adultera la finalidad del lenguaje, que no es otra que la comunicación, al condenar a los catalanes al aislamiento lingüístico, ya que mientras en Cataluña tan solo hay poco más de 8 millones de habitantes en el mundo hablan el español más de 600 millones de personas y, en cuarto lugar, teniendo en cuenta que existen en el mundo más de 7.000 lenguas y tan solo 195 países cabe concluir que la lengua no hace nación, so pena que queramos volver a un mundo tribal mediante el levantamiento de miles de barreras étnicas que vendrían a dificultar sobremanera la difusión cultural y el comercio, lo cual no parece que sea el camino más acertado ni más provechoso para la humanidad.
Por su parte el establecimiento de un sistema financiación singular para Cataluña supone el que la región catalana abandone el régimen común de financiación de todas las Comunidades Autónomas (CC. AA.) -excepto el País Vasco y Navarra por estar acogidas a un concierto económico particular por su condición foral- adquiriendo de esta forma la soberanía fiscal, de tal forma que la comunidad catalana pasará a recaudar el 100% de sus impuestos.
La concesión a Cataluña de tan privilegiada situación evidentemente trae consigo una perniciosa distorsión del régimen común de financiación, ya que se dificulta sobremanera el cumplimiento de sus objetivos, los cuales no son otros que corregir los desequilibrios económicos interterritoriales y garantizar la prestación de los servicios públicos a la ciudadanía mediante la transferencia a las CC. AA. de dinero procedente de fondos estatales, para de esta forma hacer efectivos los principios de solidaridad y equidad.
Obviamente la salida de Cataluña del régimen común supondrá una disminución de los ingresos totales del Estado debido a la disminución sustancial de la aportación catalana, de tal forma que también se verá reducida la aportación del Estado a las CC. AA., lo cual traerá inevitablemente consigo un importante deterioro de la prestación de los servicios públicos fundamentalmente en aquellas comunidades que son receptoras netas de fondos del Estado, rompiéndose de esta forma la cooperación y cohesión interterritorial.
Para explicar a la ciudadanía las razones que le han llevado a tan nocivo pacto con una parte del independentismo catalán P. Sánchez ha recurrido, por un lado, al mantra de la normalización de la convivencia entre Cataluña y el resto de España, y, por otro lado, a una declaración de intenciones consistente en su apuesta por la federalización de la nación española. Ambos argumentos son esencialmente falsos, ya que ninguno de ellos se atiene a la realidad social e institucional española.
Así, no se puede entender como normalización de una relación el que una de las partes, en este caso el independentismo catalán, manifieste por activa y por pasiva su intención de separarse de la otra parte, es decir, de España, para constituirse en Estado independiente. A su vez, no es posible federalizar a España ya que de hecho la España de las autonomías ya presenta todos los rasgos que caracterizan a un Estado federal, dado que presenta un gobierno central con muy limitadas competencias junto a múltiples gobiernos regionales dotados de un alto grado de autonomía política, institucional y administrativa.
Por ello, de la mano de un presidente como P. Sánchez, que no es otra cosa que un bochornoso trasunto de un repugnante tirano como Nicolás Maduro, lo que en realidad está aconteciendo es el progresivo avance de la nación española hacia su autodestrucción y esto es así, parafraseando al almirante español Blas de Lezo, no solo porque socialistas, comunistas e independentistas la ataquen de manera permanente e inmisericorde, sino también porque aquellos que la amamos no somos capaces de defenderla adecuadamente…al menos de momento, porque más pronto que tarde a todo cerdo le llega su San Martín.
Rafel García Alonso (ÑTV España)