La XXVII cumbre bilateral entre España y Francia, celebrada ayer en Barcelona, quedó eclipsada por la acción independentista. El encuentro entre Pedro Sánchez y Emmanuel Macron sirvió para firmar un tratado de amistad destinado a favorecer la autonomía energética de la UE.

Aunque el acto tenía como propósito escenificar la buena relación entre ambos países, la manifestación separatista y la anomalía institucional protagonizada por Pere Aragonès acabaron por marcar el curso de la cumbre. Las asociaciones independentistas ANC, Òmnium Cultural y Consell de la República habían convocado a primera hora de la mañana una concentración que sirviera como protesta.

Según los organizadores, ubicar en Barcelona el encuentro entre el presidente de la República Francesa y el jefe del Ejecutivo español constituía una provocación. Con cerca de 6.500 asistentes, la convocatoria tuvo un éxito muy discreto pero los allí congregados demostraron dos hechos que a pesar de ser paradójicos resultan coincidentes y significativos.

La causa independentista hoy sigue viva aunque acuse una notable división. La presencia de Oriol Junqueras generó un aluvión de abucheos entre los manifestantes. El líder de ERC fue increpado al grito de traidor lo que le forzó a abandonar la concentración. Este hecho evidencia la división existente entre las distintas corrientes secesionistas lo que cuestiona la unidad estratégica que, tradicionalmente, ha mantenido el separatismo.

El independentismo catalán vuelve a dar síntomas de fractura al ser incapaz de controlar los arriesgados recursos emocionales que durante décadas ha tratado de alimentar. Sorprende que el que en otro tiempo fuera mártir de la causa independentista sea hoy repudiado en una concentración pública de esta naturaleza.

A pesar del incidente, Oriol Junqueras realizó unas declaraciones que prueban el riesgo que supone la alianza entre el Ejecutivo español con las fuerzas nacionalistas catalanas. Frente al diagnóstico reiterado por el Gobierno de Pedro Sánchez de que el ‘procés’ ha terminado y de que la convivencia en Cataluña habría pacificado la ambición separatista, el líder republicano se pronunció con perfecta claridad al advertir que el independentismo sigue vivo y que el conflicto no ha terminado.

En uso de los habituales excesos lingüísticos que distinguen al nacionalismo, Junqueras llegó a apelar a una supuesta represión contra los catalanes para justificar la protesta.

El republicano suele expresarse con franqueza y la sinceridad con la que hablan los políticos independentistas contrasta con el mensaje estratégico que insiste en mantener Moncloa. Tanto los indultos como la insólita legislación ‘ad personam’ que tanto ha estresado la institucionalidad democrática en nuestro país se han intentado justificar con argumentos estrictamente pragmáticos que se han basado en una supuesta pacificación del independentismo.

Las palabras de Junqueras, después repetidas por Pere Aragonès, demuestran que aquel diagnóstico, tan utilitarista como poco fundado, ha resultado fallido y que la agenda de quienes condujeron a España a una situación crítica en 2017 se mantiene intacta.

Pero el activismo separatista no se quedó en la calle y llegó a adquirir dimensión institucional. Aragonès, quien en virtud de su cargo como President de la Generalitat estaría llamado a desempeñarse con el máximo rigor institucional, abandonó la cumbre antes de que sonaran los himnos de España y Francia.

Esa descortesía resulta del todo impropia en un político que ejerce de anfitrión ante un mandatario extranjero y vuelve a comprometer la imagen de España.

ABC

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Última Actualización: 13/06/2024

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